ANTES DE NETFLIX, YA HABÍA REVOLUCIÓN
- Lautaro Saracho
- 18 nov
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 19 nov
A partir de los años 50, una nueva generación de directores argentinos transformó el lenguaje cinematográfico y convirtió la pantalla en un espacio de reflexión social y cultural.

¿Te imaginas vivir en los años 50, en un país donde todo parecía cambiar, incluso el cine? A fines de esa década, Argentina soñaba con fábricas, universidades y progreso. En ese contexto, un grupo de directores jóvenes decidió que también era hora de cambiar la forma de filmar. Ya no querían héroes perfectos ni finales felices. Querían historias reales, imperfectas, más parecidas a la vida misma. Fue el momento en que el cine nacional se animó a romper sus propias reglas.
El resultado fue una revolución silenciosa: el cine dejó de ser solo entretenimiento para convertirse en una forma de pensar, sentir y discutir el mundo. Un antes y un después en la historia del cine argentino...y el inicio de una modernidad que todavía nos interpela.
El desarrollismo y el país que soñaba con el futuro
El desarrollismo fue mucho más que un plan económico. Fue una idea de país: una Argentina que quería entrar en el mundo moderno. Y en esa ola de cambio, el cine también se modernizó. Empezó a dejar atrás los moldes rígidos para acercarse a algo más libre y simbólico. Los directores buscaban un arte que hablara de su tiempo, que mostrara las nuevas formas de vivir, de pensar, de amar.
El investigador Jorge Jofre relata que "desde 1958 en adelante aparecen la Eudeba, el Di Tella, los cambios en la moda y los cambios en la estructura social; por ejemplo, los matrimonios por conveniencia quedaron fuera de lado, empieza otro tipo de relación social y empieza también la idea de una mujer que dejaba de ser ama de casa imitando estrategias que habían tomado las mujeres norteamericanas”, y sigue exponiendo: “Todo eso se debe reflejar de alguna manera en el cine por lo empezamos a ver situaciones de encierro de la mujer en los primeros films de Torre Nilson o escenas en films de otros directores donde la mujer empieza a liberarse y recorre las calles, o vas a encontrar estructuras donde se muestra todo más melodramáticamente donde el relato permite vislumbrar los cambios sociales en una argentina desarrollista en transformación”.
Adiós al melodrama, hola al nuevo lenguaje
Hasta mediados de los años cincuenta, el cine argentino estaba lleno de melodramas: historias moralistas personajes buenos o malos y finales que dejaban todo en orden. Pero algo se rompió. El público cambió, y los directores también.
Como señala el investigador, ese tipo de relato se agotó. En 1959, “He nacido en Buenos Aires” (de Francisco Múgica) marcó el cierre de esa etapa. Desde entonces, los nuevos directores apostaron por un cine más sobrio, más psicológico, donde el silencio, la luz o un gesto podían decir más que un diálogo. Según Jofre, “esto significó una transformación en la estructura narrativa, porque desde el diálogo hasta las secuencias de imágenes, todo adquirió otra relación dramática”. En este sentido, menciona a Leonardo Favio como un caso paradigmático y explica que “en ´Crónica de un niño solo´ o ´El romance del Aniceto y la Francisca’ el relato se transforma totalmente y se ve lo visual y lo dialogado de otra manera".
Estas transformaciones, iniciadas en los años del desarrollismo, marcaron el inicio de un nuevo lenguaje cinematográfico argentino, donde el drama se volvió más introspectivo y el cine comenzó a hablar en voz propia.
Directores que se animaron a filmar distinto
Jofre señala que “el que contexto sociopolítico, se va a volcar en las palabras de los directores” porque ellos están viendo que no pueden contar eso con una imagen del pasado. "Vos tenés que agregar un algo más ahí, ese algo distinto que es tal vez la referencia o la coincidencia", remarca.
En esa búsqueda “de algo más”, miraron hacia Europa. El neorrealismo italiano y la nouvelle vague francesa les mostraron que el cine podía ser algo más que contar historias: podía pensar la realidad. "Estaban Torre Nilsson, Ayala, Kohon, Kuhn - destaca Jofre- mirando ese cine europeo, en lo estético, en la construcción del relato y la longitud de los planos secuencia, las alternancias de la palabra y la imagen sin palabra”. Fue una mezcla potente: contexto político, vanguardia estética y exploración psicológica. Un cine que no solo mostraba la sociedad, sino que la discutía.
Cuando el cine y la literatura escribían juntos
Durante esa época, el cine argentino también empezó a conectarse con otras formas del arte, especialmente con la literatura. En esos años, directores y escritores comenzaron a trabajar juntos, compartiendo ideas, estilos y miradas sobre el país que estaba en transformación.
El investigador Marcos Zangrandi, doctor en Ciencias Sociales e integrante del CONICET y de la Universidad Nacional de San Martín, estudió este vínculo en su artículo Escritura, ficción, imagen. Transformaciones del lazo cine-literatura argentinos, donde analiza cómo se dieron en esos años nuevas formas de trabajo conjunto entre directores y escritores, como las de Leopoldo Torre Nilsson con Beatriz Guido o Fernando Ayala con David Viñas.
Gracias a esas colaboraciones, el cine argentino incorporó ideas y recursos propios de la literatura, lo que le dio un estilo más personal y reflexivo. Los directores empezaron a ser vistos no solo como quienes filmaban, sino también como autores con una mirada propia sobre la realidad.
Como explica Jorge Jofre, ese cambio se nota en la manera de narrar y en la representación de los temas sociales. Así, hacia fines de los cincuenta, el cine nacional se transformó en un espacio de creación compartida, donde la pantalla también servía para pensar y discutir los cambios culturales de la época. Esa revolución no fue solo técnica o estética: fue una forma de mirar distinto. Los directores del desarrollismo se animaron a contar un país en movimiento, con luces y sombras, con preguntas más que respuestas.
Como dice Jorge Jofre, había que “agregar algo más”, algo que rompiera con las imágenes del pasado. Ese “algo más” fue una nueva manera de narrar: más libre, más real, más humana.
Y si hoy ves películas de Lucrecia Martel, Pablo Trapero o Santiago Mitre, todavía se nota esa herencia. Siguen ahí los planos largos, las tensiones entre lo íntimo y lo político, la necesidad de decir algo más que una historia. Porque el cine argentino sigue haciendo lo que mejor sabe hacer desde siempre: mostrar lo que somos, incluso cuando no queremos verlo.
Fuentes: El cine argentino en un contexto desarrollista. Jorge Jofre.





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