DISCAPACIDAD CON ¨D¨ DE DESEO
- Lucía Montenegro

- 28 nov
- 4 Min. de lectura
El deseo también habita aquellos cuerpos que otros creen quietos, solo hace falta mirarlos sin miedo. La ESI es la clave para tener más información y poder disfrutar como (y con) cualquier persona.

Después de saludar a las maestras a la salida del colegio, me subía rápido al auto para poder llegar a casa. Me esperaba un paquete de galletitas surtidas en la mesa, mientras mi mamá preparaba la chocolatada sin azúcar. La escena perfecta se completaba con mi serie adolescente favorita en la TV.
Cada año, me enamoraba de una diferente, aunque cambiaran las tramas, pero siempre me llamaba la atención algún romance. Todas soñábamos vivir esos amores intensos, esos besos de novela. Hasta que un día llegó la adolescencia, esa etapa tan difícil, donde uno se empieza a buscar y comparar con otros. Ahí, ya no me sentía igual, algo no estaba bien.
Me dí cuenta que la discapacidad parecía no tener lugar en el amor y, mucho menos, en el deseo. Solo aparecía embebida en lástima, ternura, superación y estaba harta de verme representada por todo ese drama y dolor. Quería que me dejaran de mirar con miedo. Después de cada merienda, empezaron a surgir mil preguntas en mi cabeza: la sexualidad y la discapacidad parecían ser dos mundos incompatibles.
La sexualidad es parte identitaria de todas las personas, no hay sexualidad con o sin discapacidad. “La discapacidad no está solo en el cuerpo, sino que es una construcción social que enseña a las personas con discapacidad a dejar de lado la sexualidad”, sostiene Silvina Peirano, docente de Educación Especial y especialista en Sexualidad y Diversidad Funcional.
Esta construcción se basa en prejuicios, es decir, ideas negativas que asumen que algunas personas son de determinada manera aunque no las conozcamos. Eso nos lleva a un solo lugar: la discriminación.
En general, se construye un binarismo de “ángeles” o “demonios”, de la eterna infantilización. Las personas con discapacidad son como niños que hay que cuidar, supervisar y no escuchar. Porque no es raro que, a una mujer con discapacidad de 40 años, la llamen “Robertita” en lugar de Roberta. Es común que esté bajo la tutela de familiares, profesionales o instituciones, que deciden a dónde va, con quién y qué puede hacer.
“Esos no son mitos, son procesos de discriminación naturalizados. Nadie se puede sentir sexual ni autónomo -explica Peirano- si para ir al baño tiene que pedir permiso, si para tener una llamada con alguien también debes ser autorizado por tu mamá, papá, el médico, el kinesiólogo, el fisiatra, aunque tengas 40 años”.

Hablemos de derechos
La Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, firmada por varios países en 2006, aprobada y convertida en ley en Argentina durante 2008, plantea que las personas con discapacidad tenemos los mismos derechos y obligaciones que las personas sin discapacidad.
Así, surgen el derecho a la autonomía, es decir, la capacidad de elegir y tomar decisiones; y el derecho a la privacidad o intimidad para que otro no controle lo que hacemos o decimos. La idea es poder contar con apoyos para mayor autonomía y evitar la discriminación para disfrutar como cualquier persona.

Otra herramienta importante es la Educación Sexual Integral (ESI) que permite conocer nuestro cuerpo, lo que nos gusta y lo que nos incomoda, así como ser conciente de nuestros derechos sexuales y reproductivos para vivir libremente la sexualidad, en sintonía con las tomas de decisiones sobre los tiempos, las formas y las personas con las que se deciden proyectar embarazos e incluso la crianza de niños, entre otras cuestiones.
“Hay una educación sexual capacitista, que habla de incluirlas en un mundo que no las espera, donde se les pide que pidan permiso para ser sexuales, para tener pareja. Entonces, creo que en lo que se refiere a la educación sexual, y no a la sexualidad, todavía las personas con discapacidad siguen sufriendo un segregacionismo, una discriminación por condición de discapacidad”, considera Peirano.
Los modos de llevar adelante la ESI sigue siendo el gran debate en la educación de todos los niveles, desde el preescolar hasta la Universidad. En muchos casos, también sucede que la reacción del mundo adulto y de las personas sin discapacidad es el miedo y la alarma por la falta de información.
“Hace mucho tiempo llegaron los padres de una pareja de personas con Síndrome de Down -recuerda la terapeuta – y la alarma era, ´dicen que se acostaron`. Entramos acá en lo abstracto del lenguaje, donde los padres escucharon eso y pensaron en relaciones sexuales pero estas dos personas solo se acostaron en la cama juntos”.
En este sentido, la ESI es un derecho clave, porque no es solo “hablar de sexo”, sino abordar vínculos, emociones, decisiones y límites. Sirve para darle a cada persona, con o sin discapacidad, las herramientas para reconocer lo que desea, lo que no quiere y poder sentir la seguridad de decirlo. “Lejos de una educación sexual que cada vez restrinja más, necesitamos una educación sexual liberadora que no sea solo un relato de la sexualidad”, afirma.

Un deseo que duele
Las personas con discapacidad somos como el “anti-deseo”. Para la especialista, circula el discurso de que nadie quiere tener una pareja con discapacidad, nadie quiere tener un hijo con discapacidad. “Es muy difícil pensar sexualidades que fluyan, sexualidades que se vivan desde el deseo, desde el placer, porque son sexualidades que duelen”, sentencia.
Hablar de sexualidad y discapacidad nunca fue fácil. Por muchos años, se mostró que no éramos deseados, al menos no de la misma manera que el resto. Pero, el deseo no necesita pedir permiso, aparece cuando una PERSONA existe, y las personas con discapacidad somos, más allá de un diagnóstico médico, eso: PERSONAS.





Comentarios