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CUERPOS BAJO PRESIÓN

  • Foto del escritor: Agustina Borja
    Agustina Borja
  • 25 nov
  • 5 Min. de lectura

La obsesión por alcanzar un cuerpo perfecto se acentuó en los últimos años por una cultura de la delgadez que contribuye al aumento de los trastornos alimenticios.


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En un mundo dónde los espejos y la balanza parecen definir el éxito, las imágenes pesan más que las palabras.

Llegaste del colegio, te sentás a merendar mientras ves una reconocida novela dónde las protagonistas son flacas, lindas e impecables. Hay un personaje secundario que no lo es, y sobre ella recae la burla: chistes, exclusión, bullying que pasa desapercibido entre risas.

Te parás en frente de un espejo y ves que no compartís ese cuerpo protagónico. Se te cruzan comentarios: “te veo más flaca, qué linda”, “estás más gordita”. Te empezás a observar cada vez con más detalle: la panza, los rollos, la piel, hay algo que no encaja.


Esta escena podría ser tuya, mía, de cualquier niña en los dos mil, en los noventa o incluso ahora en 2025. Así empieza el verdadero problema: cuando el reflejo deja de ser solo un cuerpo y se vuelve una mirada de valor.

Argentina es el segundo país del mundo con más casos de trastornos alimenticios per cápita, una cifra que expone una cultura que valora más la apariencia física que la salud o la inteligencia, lo que provoca una mayor presión por alcanzar un ideal imposible y revela un problema social más que individual, que conlleva consecuencias físicas, anímicas y, sobre todo, mentales.


Según Ayelén Fandiño, licenciada en Psicología y autora del estudio “Anorexia y bulimia. Influencia sociocultural y cultura de la delgadez”, los factores socioculturales influyen de manera directa en los trastornos alimentarios. Los medios, incluidas las redes, “cumplen un rol potente y ambivalente”: amplifican estándares estéticos irreales, normalizan dietas extremas y fomentan la comparación constante, lo que puede convertirse en un factor de riesgo, sobre todo en adolescentes con mayor vulnerabilidad.


Un estudio, realizado en la Universidad Nacional de Flores, reveló que entre 60 jóvenes estudiantes de 18 a 25 años del Área Metropolitana de Buenos Aires, el 18,3% fue diagnosticado con algún TCA. Además, el 45% de las mujeres afirmó compararse con influencers o figuras públicas, mientras que el 35% manifestó sentirse insatisfecho con su cuerpo.


¿Qué es un Trastorno Compulsivo Alimenticio? Es una condición de salud mental que afecta la relación de una persona con la comida, su cuerpo y su imagen corporal. Estos trastornos pueden tener consecuencias devastadoras en la vida de quienes lo padecen, en su salud física y emocional. Afectan, en menor o mayor medida, la calidad de vida.


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Los medios, las publicidades, los influencers y la industria de la moda refuerzan constantemente un modelo corporal hegemónico que no ayuda a cambiar esa visión prehistórica en tiempos actuales. La representación de cuerpos reales sigue siendo escasa, y, cuando aparece, suele estar escondida detrás de filtros y retoques.

Un ejemplo reciente fue la conductora y modelo Paula Chavez, quien rechazó una campaña publicitaria de ropa interior porque le iban a retocar todo su cuerpo. “No iban a mostrar mi panza real después de tres embarazos”, explicó en el programa “Tapados de laburo” (OLGA). Esa decisión abrió el debate sobre los cuerpos reales en la industria. Este proceso continuo y repetitivo se ve y se vive todos los días, basado en un crecimiento de los trastornos alimenticios de la conducta.


Argentina: la paradoja de la diversidad en jaque

Según la Enciclopedia Argentina de Salud Mental (2024) Argentina ocupa el segundo lugar mundial en casos de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) por habitante, detrás de Japón, un país con una cultura y estilo de vida que determina una cierta estructura de cuerpo.


Fuente: ALUBA, con base en estudios internacionales dirigidos por la psiquiatra Mervat Nasser (King’s College London).
Fuente: ALUBA, con base en estudios internacionales dirigidos por la psiquiatra Mervat Nasser (King’s College London).

Argentina, aunque reúne una enorme diversidad corporal, sigue atada a un ideal estético imposible. Décadas de publicidades, ficciones y campañas consolidaron un único modelo: la delgadez como sinónimo de excelencia y una belleza que tiene medidas precisas. Ese mandato sigue arraigado y deja secuelas en la salud física y mental de miles de jóvenes.


Las redes sociales funcionan como una influencia o como un escaparate de vidas aparentemente perfectas. Al ver esos cuerpos idealizados, la comparación se vuelve inevitable. Esa presión puede llevar a conductas extremas: restricción alimentaria, ejercicio excesivo y preocupación constante por la apariencia. Además, son terreno fértil para la desinformación: consejos sin respaldo científico, “polvos mágicos”, dietas extremas o el uso irresponsable de medicamentos como laxantes y ozempic.


La licenciada señala que aunque las redes pueden actuar “como un factor de riesgo, sobre todo en adolescentes con vulnerabilidad previa”, como baja autoestima, perfeccionismo, antecedente familiar de TCA. También “pueden convertirse en un espacio de apoyo, recuperación y difusión de información saludable cuando los contenidos son responsables”.


Por otro lado, considera que el hecho de que figuras públicas expresen su descontento frente a los retoques digitales “hace una diferencia”, aunque todavía falta “más conciencia e información”. “El estigma y el desconocimiento sobre los TCA retrasan la búsqueda de ayuda”, sostiene Fandiño, quien explica que “el miedo a ser juzgado o no comprendido es una de las barreras más comunes y difíciles de superar”.


El costo emocional de la delgadez

La cultura de la delgadez ancla la identidad en la apariencia y hace que el valor personal quede vinculado al peso o a la conformidad con un ideal estético. Esto promueve autocrítica, miedo al rechazo y autoexigencia difícil de sostener.


A su vez, hace una distinción en los adolescentes, específicamente en la fase de construcción de identidad, ya que los mensajes de esa cultura de la delgadez pueden transformar la autoestima en algo frágil y condicionado en el afán de alcanzar cierta imagen. Cualquier desviación, ya sea ganar peso o algún cambio físico, se vive como fracaso personal, lo que aumenta la vulnerabilidad a un TCA.



Las personas más vulnerables pueden desarrollar un trastorno alimenticio como una forma de recuperar control o escapar de situaciones estresantes. Aunque brinda una falsa sensación de orden, ese mecanismo profundiza la angustia y deja huellas en la vida diaria: cansancio permanente, dificultades de concentración y un aislamiento progresivo, donde todo gira en torno a la comida.


Muchas personas evitan reuniones o encuentros por miedo a exponerse, lo que vuelve las interacciones sociales estresantes y termina debilitando los vínculos afectivos.

Las consecuencias psicológicas de este trastorno pueden persistir incluso después del tratamiento. Muchas personas continúan con ansiedad y pensamientos recurrentes vinculados al cuerpo y la comida, mientras presentan depresión, trastorno obsesivo compulsivo o cuadros de ansiedad. Asimismo, se presentan secuelas cognitivas: dificultades de atención y lentitud de procesamiento (entre otros), que están asociados a largos periodos de desnutrición.


En contextos de alto estrés, como rupturas, cambios de peso o presiones sociales, existe riesgo de recaídas. “Hay heridas que no se borran”, afirma la autora y explica que esos daños se expresan en problemas de autoestima y autoconcepto “endurecidos por años de autocrítica”. Estas marcas emocionales son parte del desafío que enfrentan quienes están en recuperación.


Cuerpos bajo recuperación

Según Fandiño, recuperarse de un trastorno alimenticio es posible ya que “muchas personas logran llevar vidas plenas”. Aun así, no es un proceso fácil ni rápido, debido a que requiere tratamiento integral, acompañamiento y aceptar que pueden existir recaídas. La psicóloga prefiere hablar de una “recuperación sostenida”, un estado en el que el trastorno “deja de dirigir la vida diaria y la relación con el cuerpo comienza a reconstruirse”.


El tratamiento ideal contempla un enfoque multidisciplinario que se adapte a cada persona según su edad, tipo de TCA y nivel de gravedad. Incluye un trabajo médico, nutricional y psicoterapéutico sostenido en el tiempo, junto con apoyo psicosocial para fortalecer el proceso y prevenir recaídas. Se trata de modificar hábitos alimentarios, abordar la salud física, emocional y social en conjunto, donde la voluntad individual no se alcanza sin un acompañamiento adecuado.


En palabras de la especialista, “la prevención también forma parte del proceso de recuperación”. Sostiene que promover cuerpos reales, evitar dietas extremas y capacitar a profesionales son pasos decisivos para reducir riesgos. Y advierte que el “estigma demora la búsqueda de ayuda”, por lo que construir entornos informados y libres de prejuicios es el primer paso para que la recuperación sea posible.


Cómo identificar primeros indicios de TCA


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