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DESENTERRANDO LA AFROARGENTINIDAD

  • Rodrigo Albano
  • 19 nov 2024
  • 6 Min. de lectura

En Argentina, la herencia afro fue relegada al olvido, pese a que se estima que el 60% de la población de Buenos Aires tiene algún antepasado esclavo. La arqueóloga Ana Igareta aporta su visión sobre cómo y por qué esta parte de nuestra cultura ha permanecido silenciada en la narrativa oficial.


Mientras la historia celebra la inmigración europea, se esconde bajo tierra la memoria de quienes también llegaron en barcos, pero encadenados. Aunque nos hayan dicho que los argentinos éramos blancos, la verdad oculta de la afroargentinidad -una herencia de lucha, cultura y resistencia- sigue viva.


Un gran número de africanos llegó a nuestro país durante el período colonial: entre 1777 y 1812, más de 700 barcos desembarcaron en los puertos de Buenos Aires y Montevideo, trayendo consigo a unos 72 mil esclavos africanos. Para 1810, Buenos Aires contaba con alrededor de 40 mil habitantes, de los cuales un tercio tenía origen africano.



Según Ana Igareta, Licenciada en Antropología, Arqueóloga e Investigadora Adjunta del CONICET, la ausencia de ciertas características físicas que sirvan como recordatorio visual ha permitido que el relato histórico se construya de tal manera que se minimice la percepción de la esclavitud en nuestro país.


Las narrativas históricas comparaban la esclavitud en Argentina con los procesos de Brasil y Cuba, países con una fuerte carga afrodescendiente; en esa comparación, la ausencia en la actualidad de población de origen africano a nivel local era entendida como un pasado escasamente esclavista. Esto se da, de acuerdo con la antropóloga, debido a que ciertos rasgos físicos asociados a la negritud, entendida como sinónimo de descendencia esclava, marcan y recuerdan ineludiblemente su pasado esclavista en dichos países pero son menos frecuentes en el nuestro.


La diferencia del uso de los esclavos y las condiciones de vida de este grupo fueron claves para el contraste de la realidad argentina con respecto a la de otros países de la región. En nuestro país, los esclavos arreaban ganado o trabajaban dispersos en plantaciones que abarcaban grandes extensiones de tierra, que los obligaba a desplazarse por grandes extensiones de territorio. Además, los esclavos argentinos se veían afectados por escasas restricciones para casarse con gente de otros grupos étnicos. Mientras tanto en Brasil, la realidad era diferente. Los esclavos vivían hacinados en “quilombos”, lugares de donde no podían salir así como tenían prohibido formar familia con individuos de otras comunidades.


Recorte de La Gaceta Mercantil, 4 de Enero de 1832

Las personas negras en Argentina comenzaron a cruzarse rápidamente con otros grupos étnicos que formaban parte de la dinámica social de la colonia. Estos intercambios involucraron a numerosas comunidades indígenas y a los criollos que surgieron en las áreas urbanas. Este proceso de mestizaje no solo fue social, sino también genético, lo que influyó en la percepción de la población y facilitó la modificación del relato histórico en Argentina.


“La mezcla genética resultante de este cruce hizo que la presencia de la comunidad afroargentina se volviera menos evidente en términos físicos”, asegura Igareta. Sin embargo, no debe confundirse la ausencia de una “negritud” visible con ausencia de esclavos en el país; de hecho, estudios recientes de rastreo genético han establecido que alrededor del 60% de la población de Buenos Aires tiene antepasados esclavos. La herencia africana sigue presente.


Con el correr de los siglos, las guerras y enfermedades fueron diluyendo la presencia afro en el total de la población, al igual que el arribo masivo de inmigrantes europeos para la segunda mitad del siglo XIX, lo que provocó que los recién llegados ocuparan oficios que los hombres negros habían ejercido casi con exclusividad desde la época colonial y que nuevos genes pasaran a integrar el acervo local.



Este estribillo de comparsa afro en los carnavales da cuenta de este proceso: “Ya no hay negro botellero, ni tampoco changador, ni negro que vende fruta, mucho menos pescador; porque esos napolitanos hasta pasteleros son, y ya nos quieren quitar el oficio de blanqueador.”


En la década de 1880, con la llegada de la oligarquía liberal al poder, se llevó a cabo un proceso de asimilación que buscaba imponer el modelo “civilizatorio” a cualquier precio. “Hubo una promoción muy fuerte del Estado para importar gente de Europa”, asegura Igareta.

De hecho, en el artículo 25 de la Constitución Nacional se establece el deber de promover la inmigración europea, lo cual, según señala Federico Pita, politólogo de la UBA y activista afroargentino, implica dar la bienvenida a personas blancas con el fin de “purificar la raza”.


La maravilla de la evidencia material


Para los investigadores, explorar y contar la historia de la comunidad afro es una tarea compleja debido a la limitada visibilidad de estas personas en el registro arqueológico y de sus prácticas en los registros históricos. Aunque algunos se interesaron por la historia africana, los documentos que abordaban estos temas no solían ser prioritarios para los historiadores.


En este contexto, la arqueología histórica se presenta como una herramienta crucial para desafiar y ampliar esa narrativa tradicional que ha invisibilizado la presencia afroargentina. Al centrarse en rastros materiales y evidencias olvidadas, permite reconstruir una historia más completa que reconoce el legado y la contribución de la comunidad afro en el país.


Igareta afirma que cuando aún no se tenía tan presente la historia afro nacional, en diferentes excavaciones en ciertos puntos de Buenos Aires y en otras provincias, empezaron a aparecer objetos que no tenían nada que ver ni con las poblaciones indígenas, ni con los españoles, ni con los otros grupos que habían participado de la conquista.


“Lo que pasa con la arqueología es que uno encuentra lo que está buscando y lo que no busca también. Esa es la maravilla de la evidencia material.”, asegura la investigadora. Según la antropóloga, los hallazgos arqueológicos son una especie de rueda que una vez que arranca a rodar ya no se puede frenar. “Se aprende cada vez más de todo esto y vamos sabiendo mejor que buscar”, agrega. Finalmente, cuando la arqueología reconoció a la cultura afro como protagonista clave de la historia nacional, con una materialidad identificable, propia historia cultural y prácticas distintivas, se hizo posible buscar y entender mejor sus elementos. De esta manera emerge el concepto de afroargentinos.


Entre los hallazgos arqueológicos más relevantes, las investigaciones pusieron en evidencia la existencia de un mercado de esclavos en Retiro, que había estado mucho tiempo negado o minimizado. Gracias a este descubrimiento, se pudo vincular a Buenos Aires con un importante centro de comercio de esclavos, al igual que Montevideo.


Además, la arqueología ha revelado prácticas crueles como el “carimbado”, el marcaje físico de las personas esclavizadas, en pleno barrio de Recoleta, donde ahora la gente va a tomarse un café y ver arte.


“Lamentablemente, cuando la esclavitud comenzó a ser cuestionada y vista con desprecio, los espacios físicos asociados a ella fueron destruidos para borrar esa parte incómoda de la historia”, reconoce Igareta, sumado a la negación del tema en el relato oficial.


El hallazgo principal de la cultura afro en el territorio argentino, son las cerámicas encontradas en el Arroyo de Leyes, en la provincia de Santa Fe. Allí se descubrieron hace casi un siglo unas piezas de características muy diferentes a las producidas por los grupos indígenas locales, con rasgos muy particulares y unos animales extraños como hipopótamos, jirafas y cocodrilos, cuenta la investigadora.


Lamentablemente, un elevado porcentaje de esas piezas fueron destruidas porque se pensó que eran falsificaciones, dado que eran cerámicas muy diferentes a las conocidas hasta ese entonces, producidas por poblaciones indígenas, además de su mala calidad. Según la investigadora, en ese entonces, para que un elemento cultural fuera considerado digno de estudio arqueológico, debía ser precolombino. Como las piezas encontradas en Arroyo de Leyes no cumplían con este criterio, se facilitó su descarte en lugar de afrontar el desafío de comprender su significado.


Las pipas eran una de las piezas más numerosas en el hallazgo del Arroyo Leyes

Los arqueólogos se dieron cuenta posteriormente de que ese material era producto de poblaciones afro, que vivían en esa zona, aledaña a Cayastá, (Santa Fe La Vieja) porque la construcción de dicha ciudad fue obra de los esclavos africanos, que comenzaron a generar una producción cultural propia.


Hasta no hace tantas décadas, la arqueología, junto al discurso hegemónico nacional, solo reconocía un pasado compuesto por indígenas y mestizos, resultados de la mezcla entre europeos e indígenas, e ignoraba a los africanos, lo que le dificultó la comprensión de la presencia de otros grupos en la historia. Sin embargo, en el curso de los últimos años los hallazgos arqueológicos han demostrado que la cultura afroargentina es parte integral de nuestra identidad nacional. Esta evidencia tangible desafía los relatos que buscaron ocultar una realidad incómoda, que minimizaba o suprimía los aportes africanos en nuestra cultura.


Es hora de reconocer y celebrar esta herencia como parte de lo que somos. Aprovechemos Noviembre, mes de la afroargentinidad, para recordar que la historia afroargentina no debe permanecer enterrada, sino que debe ser reivindicada.


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