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EL ABRAZO SANADOR

  • Foto del escritor: Julieta Garcia
    Julieta Garcia
  • 25 nov
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 27 nov

El hospital Ramos Mejía es pionero en utilizar nuestro patrimonio cultural, el tango, como herramienta terapeútica para el tratamiento y acompañiamiento de enfermedades neurodegenerativas, al mejorar el ánimo, la atención y la memoria.


La música empieza suave, como tanteando el aire. En el centro de la pista, una pareja se acomoda: él avanza con pasos cortos, ella lo sigue con paciencia, casi adivinándole el movimiento. No hay público que aplauda ni luces de show. Hay barandas, sillas y un equipo médico que observa en silencio. Es martes por la tarde en el Hospital Ramos Mejía donde hoy, además de bailar, se intenta mejorar al ritmo del tango la vida de quienes conviven con el Parkinson.


El taller “Tango y Parkinson” funciona allí desde hace más de una década, impulsado por neurólogos, terapeutas y profesores de danza que decidieron unir el arte con la medicina. Lo que comenzó como una experiencia alternativa se transformó en una forma distinta de entender la rehabilitación, una en la que el movimiento, la música y los abrazos también curan.


En cada clase, algo se transforma. Los cuerpos, que al principio se mueven con cierta timidez, encuentran de a poco su propio ritmo. El temblor desaparece, los pasos se sueltan y la mirada se levanta. No es magia, es el efecto de sentirse acompañado, de volver a confiar en el cuerpo y dejar que la música marque el camino.


La ciencia también lo respalda. Estudios recientes en universidades argentinas sobre danzaterapia en Alzheimer o las investigaciones de la Revista ACIEF sobre cognición y movimiento, muestran que la danza estimula la atención, la memoria y el ánimo. En pacientes con enfermedades neurodegenerativas, estos avances se traducen en algo más simple pero esencial: volver a sentirse vivos.


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En ese cruce entre la medicina y el arte, aparece Tomoko Arakaki, neuróloga especializada en trastornos del movimiento. En diálogo con Elemental Ramón, explica cómo el tango puede convertirse en una herramienta terapéutica que va mucho más allá del baile.


“El tango es caminar abrazado. Y eso ayuda a recuperar el equilibrio, la coordinación y, sobre todo, la confianza”, explica Arakaki, con una calma que parece acompañar cada palabra. Ella es jefa de la Sección de Trastornos del Movimiento del Hospital Ramos Mejía y una de las creadoras del programa, que fue reconocido por la Legislatura porteña como actividad de interés social.


Durante las clases, los cuerpos que al principio se mueven con rigidez van soltándose de a poco. Algunos pacientes que llegaban con dificultad para levantarse, hoy pueden girar o sostener el equilibrio varios segundos. El programa buscaba unir el arte con la medicina para ver qué pasaba y terminaron comprobando que el cuerpo, cuando se mueve con otro, también sana.


Las investigaciones de la Revista ACIEF confirman lo que se observa en la pista: la danza activa regiones del cerebro vinculadas con la memoria motora y emocional, y genera mejoras en el ánimo y la socialización. “En estos talleres se produce algo más profundo: los pacientes vuelven a conectarse con otros y consigo mismos”, precisa Arakaki.

 

Volviendo a confiar

El taller se sostiene gracias al trabajo conjunto de médicos, psicólogos, profesores de tango y voluntarios. Ellos son fundamentales porque muchos pacientes necesitan una pareja sana que los ayude a moverse. Sin esos voluntarios no podrían hacerlo.


Las clases comienzan con respiración y ejercicios suaves, y luego se practican los ocho pasos básicos del tango. A partir de ahí, el cuerpo recuerda. “Muchos pacientes vuelven a salir solos a la calle o retoman actividades que habían abandonado por miedo”, cuenta con felicidad y orgullo Arakaki.


Un ejemplo de ellos es una mujer diagnosticada a los 30 años la cual asegura que el taller “le salvó la vida”. Hoy tiene una escuela y enseña tango en su barrio. Otro paciente, odontólogo, volvió a tocar el piano después de años ya que gracias al taller recupero la motricidad y motivación.

“El abrazo es parte del tratamiento. Les da seguridad física y emocional. A veces no hace falta más que eso: sentirse acompañado”, afirma Arakaki. Ese contacto humano, tan simple y tan propio del tango, se volvió una herramienta terapéutica con nombre propio, el abrazo sanador.

Clase de tango en el Hospital Ramos Mejía con la asistencia de los voluntarios.
Clase de tango en el Hospital Ramos Mejía con la asistencia de los voluntarios.

De Buenos Aires al mundo

Aunque el taller haya sido reconocido oficialmente, sostenerlo no es fácil. Los profesores cobran un viático simbólico y muchos de los gastos salen del bolsillo del equipo médico. “Nos gustaría tener apoyo estable, pero no lo hacemos por dinero. Lo hacemos porque vemos el cambio. Cuando los ves bailar, entendés por qué seguimos”, asevera la doctora.

El impacto trascendió fronteras. Profesionales de Colombia y Bolivia replicaron el modelo después de conocer el trabajo del Ramos Mejía. Hoy, el tango como terapia se incluye en estudios avalados por la Movement Disorder Society, una de las entidades científicas más importantes del mundo en trastornos del movimiento.


Reel publicado por una profesora del taller en su perfil sobre una de sus clases.

Bailar para recordar

Los martes, el salón se llena de música, café y risas. Los pacientes celebran cumpleaños, se acompañan, se animan. Algunos ya no piensan en la enfermedad, sino en el siguiente compás. “Al principio vienen con miedo; después no quieren faltar a ninguna clase”, afirma la doctora entre risas.


Cada historia dentro del taller tiene su propio ritmo, pero todas coinciden en algo: en ese cruce entre ciencia y arte, los pacientes logran, aunque sea por un rato, volver a habitar su cuerpo.


El tango no cura el Parkinson, pero ayuda a superar el miedo a dejar de moverse.


1 comentario


Yamil Gómez
Yamil Gómez
25 nov

Me gusta la nota! Te mando un abrazo

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