ENCIENDAN LOS MICRÓFONOS, APAGUEN LAS CONCIENCIAS
- FACUNDO CEVALLOS HUERAMAN
- 4 jul
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 23 jul
Más de la mitad de los argentinos considera que los periodistas no realizan su trabajo con responsabilidad social.

En un país donde cada vez más se cuestiona más la labor periodística, Rolando Graña supo posicionarse en la cima del ranking de credibilidad periodística de la encuestadora Zuban Córdoba, seguidos por Antonio Laje y Gustavo Sylvestre, que pese a representar polos de “la grieta”, los tres se destacan en un escenario donde la desconfianza parece ser la regla de las audiencias. En tiempos de “sociedad liquida”, la pregunta ya no es quién informa mejor, sino quién logra ser más creíble para los demás.

¿Qué es lo que determina la credibilidad de un comunicador en la actualidad? Para algunos estudios, ciertas actitudes o comportamientos como no mentir, no informar desde el odio, no hablar desde una posición partidaria política, etc., todos factores relacionados con la ética.
Según un artículo de la Fundación Gabo, la ética puede definirse como “la guía de los actos humanos e informativos que modelará el ser profesional y constituirá la medida de su cualificación”. No obstante, cabe aclarar que no hay una única manera de entender el concepto, debido a que hay varias lecturas. Entre ellas están quienes la consideran como un “manual de soluciones” para problemas concretos y la otra mirada nos dice que debe ser un “modo de actuar”, lo que sugiere llevar a cabo un rol activo sobre el quehacer de la profesión.
Para el director de la carrera de comunicación digital e interactiva de la UADE, José Crettaz, “la ética en el periodismo adoptó un formato pétreo, lo que dificultó su comprensión y al mismo tiempo, impidió alcanzar un consenso entre quienes trabajan en los medios”. Ello sucede debido a que en los tiempos actuales la circulación de las noticias se vio atravesada por los continuos avances tecnológicos.

Códigos rotos y percepciones alteradas
En la actualidad, los nuevos medios han asumido funciones que antes desempeñaban la televisión y la radio, especialmente en la generación y difusión de contenidos informativos. Según la guía de desinformación elaborada por la Fundación Gabo, este cambio ha modificado la relación de las audiencias con las fuentes de información, dado que la confianza se ha desplazado hacia los contenidos que circulan en redes sociales y hacia figuras como los influencers, cuya presencia constante en plataformas como YouTube o TikTok “les ha permitido posicionarse como referentes informativos para un sector del público”, lo que a su vez reconfigura la definición misma del periodista en la actualidad.

“El periodismo en la argentina era una profesión relativamente acotada, con un número de profesionales, que se auto definían y se distinguían de otros profesionales de la comunicación, sin embargo, esa situación no existe más”, describe Crettaz
Agrega que los límites acerca de cómo se define al periodista de hoy se perciben “más borrosos”, lo que complejizó la aplicación de los códigos éticos que se utilizaban.
Con el nacimiento de FOPEA, se creó el primer código argentino y continuamente se fue actualizando hasta su última versión del 2022 con las modificaciones aprobadas a finales de ese año. Desde el artículo 1° se establece que los periodistas deben “buscar la verdad, resguardar su independencia y dar un tratamiento profesional y honesto a la información”.
Pese a ello, el artículo 21° expresa la incompatibilidad del oficio con la difusión de mensajes publicitarios o de propaganda gubernamental y/o partidaria. Crettaz considera “necesario encontrar un buen rol profesional que sea capaz de diferenciar la ideología personal del trabajo de informar, solo de esa manera los periodistas podrán recuperar respeto”.

Según el experto, informar requiere “neutralidad”, dado que no es admisible adoptar una postura militante. Para ello, es necesario verificar los hechos, enfocarse en ellos, argumentar adecuadamente y contemplar todas las voces implicadas. No obstante, las prácticas contrarias a estos principios persisten, lo que lleva a cuestionar si la formación ética realmente está presente, más allá de los marcos normativos y reglamentarios existentes.
Una mirada dentro del ámbito académico permite profundizar este interrogante. En esa línea un informe del CONICET revela que en la Argentina existen 65 universidades que dictan carreras de grado y pregrado relacionadas a la comunicación social. De ellas, solo 20 incluyen en sus planes de estudio al menos una materia específica sobre ética profesional. Este porcentaje indica que la formación en comunicación no contempla de manera generalizada espacios curriculares destinados al abordaje de la ética en el ejercicio de la profesión.

En busca de la credibilidad
La masiva circulación de contenidos en redes sociales empoderó a las audiencias, que dejaron de ser sólo receptoras para convertirse también en productoras. Según el experto en deontología, allí se produce una interacción inédita, en la cual es común que los usuarios comenten publicaciones e incluso adviertan si una información es falsa, exagerada o imprecisa.

Este fenómeno está vinculado al concepto de prosumidor, acuñado por Alvin Toffler, quien lo utilizó para describir a las personas que, además de consumir productos o servicios, también participan activamente en su producción o creación. Según un artículo de la UNLP, la aparición de plataformas digitales y redes sociales obliga a los equipos editoriales a repensar su vínculo con la audiencia, que ahora cumple un rol activo en el entorno mediático-digital. En este contexto, es clave que los medios digitales promuevan la participación de los usuarios y generen la confianza necesaria para fidelizar lectores y reconocer su intervención.
Este cambio en el vínculo entre medios y audiencias lleva a repensar el papel de las redes sociales en la circulación de información. En este aspecto, Crettaz considera que no deben de ser reducidas a una “cloaca de fake news y odio”, porque también son formadoras de espacios donde circulan “contenidos valiosos y herramientas útiles para abordar la desinformación”. Un ejemplo de ello, según señala, son las notas de la comunidad de X (antes Twitter), donde los usuarios pueden añadir aclaraciones voluntarias a publicaciones potencialmente engañosas o incompletas. Estas intervenciones se sostienen por medio de datos verificables y se presentan de manera neutral, lo que permite complementar o corregir contenidos sin depender exclusivamente de mecanismos tradicionales de verificación como el fact-checking.

Crettaz sostiene que las notas de la comunidad “están matando” al fact-checking porque no debería existir un tercero encargado de verificar los hechos, ya que eso implicaría que el trabajo periodístico fue mal realizado desde un inicio. Por eso, plantea que la clave está en que el periodista incorpore, desde el comienzo de su labor, prácticas que garanticen una mejor calidad de la información, como condición indispensable para recuperar la confianza del público.
El investigador entiende que para alcanzar esa credibilidad los comunicadores deben en primer lugar, reconocer que no son los únicos generadores de primicias, en segundo lugar, que sepan diferenciar qué es periodismo de lo que no lo es y, en tercer lugar, que aporten aquello que falta para contribuir a la comprensión del público, lo que significaría “dejar la comodidad y ejercer un rol de generador de pensamientos críticos”.
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