CELEBRITIES, LES SEGUIMOS LA HUELLA
- Romina Muscari 
- 11 ago
- 7 Min. de lectura
Un estudiante universitario estadounidense, Jack Sweeney, aprendió a rastrear aviones gracias a su padre, quien controla las operaciones de una prestigiosa aerolínea. Pero ¿qué hizo este chico con su habilidad? Siguió la huella de carbono de los jets privados de muchos famosos multimillonarios, entre ellos Taylor Swift y Elon Musk y, por ese motivo, se encuentra ahora bajo la lupa de la justicia.

Un informe de 2021 de Transport and Environment (una ONG europea) estima que una sola hora de vuelo en un jet privado puede generar cerca de dos toneladas de CO2. En mayo se reveló esta lista de ricos y famosos que utilizan diariamente sus jets privados en lugar de optar por opciones más sostenibles. Pitbull lidera la misma por haber emitido 4.549 toneladas métricas de CO2 entre 2023 y 2024. Irónicamente, en el año 2012 este cantante sacó un disco titulado “Global warming”, cuya canción apertura dice textualmente “todo se trata de los billonarios bebé, bienvenido a la nueva escuela”.
Taylor Swift se horroriza y busca demandar al joven. Tiemblan las celebrities.

Pero al final del día esto no es personal, también está chequeado a nivel país. Los países ricos consumen 6 veces más recursos y generan 10 veces más impacto climático que los países de ingresos bajos, según el informe “Panorama de los Recursos Globales 2024”, elaborado por el Panel Internacional de Recursos con expertos de todo el mundo y divulgado durante el sexto período de sesiones de la Asamblea de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente.
La gran brecha de carbono
The Guardian, Oxfam, una confederación internacional formada por 19 organizaciones no gubernamentales, y el Instituto Ambiental de Estocolmo demostraron en 2019, en un estudio titulado “The great carbon divide” (“La gran brecha de carbono”), que las emisiones del 1% de la población más rica del planeta equivalen a las del 66% de los más pobres.
Para explicar este fenómeno se utiliza un gráfico con forma de copa -como este que publicó Oxfam- que se lee como la teoría del derrame económico pero de consecuencias negativas que llegan a los más necesitados. Esta catarata de carbono también se puede medir en años: una persona del 99% más pobre necesita alrededor de 1.500 años para producir tanto carbono como un multimillonario en un año.

Estadísticas sobran. Los países ricos consumen 6 veces más recursos y generan 10 veces más impacto climático que los países de ingreso bajo. Existe una crisis de producción y consumo insostenible ya que la extracción y el procesamiento de recursos provocan más del 60% de las emisiones que calientan el planeta y del 40% del impacto de la contaminación atmosférica relacionado con la salud, según el Programa para el Medio Ambiente de la ONU.
El planeta se vuelve loco y los primeros en pagar el precio son los más pobres. Las sequías, las inundaciones, los incendios forestales y las tormentas afectan en mayor medida a las comunidades más pobres y excluidas del sur global que se rigen por economías primarias, como el cultivo. Las temporadas de cultivo se vuelven impredecibles y esto se traduce en un drástico aumento de los precios de los alimentos. Lo que hace, por un lado, que aquellos pequeños productores no puedan competirle a las más grandes empresas y, por otro, que comprar los productos agrícolas sea casi inaccesible para las familias de medianos o bajos recursos.
Otros efectos del calentamiento global son el agotamiento de los arrecifes de coral, el derretimiento de los polos y la intensificación de los eventos extremos del nivel del mar. Un eventual deshielo llevaría a una nueva problemática mundial al generar una pelea por los recursos que allí serían encontrados tales como petróleo, gas, níquel, zinc y cobre. Todos muy bien cotizados en el mercado y no renovables. Aquellas personas que enfrentan múltiples formas de marginalización son más vulnerables a sus efectos y son, paradójicamente, quienes menos responsabilidad tienen.
Un informe de 2022 sobre salud y cambio climático en América del Sur, publicado por The Lancet Countdown (un grupo independiente de expertos que estudia los vínculos entre la salud pública y el clima) muestra que en 20 años las muertes relacionadas con el calor en América del Sur aumentaron un 160% y los niveles de exposición a incendios forestales aumentaron un 35%. Otra de las consecuencias de la ola de calor es una mayor propagación de enfermedades infecciosas como el dengue.

Interseccionalidad
El término viene de la palabra intersección que es el punto de encuentro entre dos o más cosas. No está todo mezclado, es que todo tiene que ver con todo.

Una abogada estadounidense, Kimberle Creenshaw, definía en 1989 el concepto de interseccionalidad como “una metáfora para comprender las formas en que múltiples formas de desigualdad o desventaja a veces se combinan y crean obstáculos que a menudo no se comprenden entre las formas convencionales de pensamiento”
Es decir, las distintas formas de marginalización tales como la raza, el sexo, la condición de vivir en un país subdesarrollado y los niveles socioeconómicos, se suman como si fuesen puntos y, quienes tienen más puntos, terminan siendo más perjudicados por distintas problemáticas sociales como por ejemplo la crisis climática.
Una investigación Made in Argentina de la profesora de geografía e investigadora del Departamento e Instituto de Geografía en la Universidad Nacional de La Pampa, Melina Ivana Acosta, retoma la perspectiva interseccional al vincular género y pobreza como dos condiciones multiplicadoras de daños por consecuencias del cambio climático, pero también poniendo el foco en la importancia de la educación ambiental y la participación ciudadana tanto individual como colectiva.

En su artículo científico titulado “Educación geográfica, activismo ambiental y participación juvenil desde el Sur Global”, la investigadora Acosta presenta los casos de las activistas Vanessa Nakate en Uganda y Kehkashan Basu en los Emiratos Árabes Unidos como referentes en la lucha por la brecha de carbono. Acosta implica que “es fundamental” recuperar las voces de mujeres en diversos territorios que luchan por la igualdad de género.
Nakate subraya el dato de que, mientras África es responsable de solo el 3% de las emisiones globales de CO2, es uno de los continentes más afectados por el cambio climático. Y que, de hecho, las mujeres son el grupo poblacional que más sufre estas consecuencias ya que desempeñan roles clave en la agricultura y la recolección de agua, tareas que se complican con el aumento de la sequía y la desertificación. Por ello creó la fundación “Rise Up Movement”.
Por otro lado, Kehkashan Basu fue la creadora de la fundación “Green Hope Foundation” con tan solo 12 años de edad. La joven declaró en una entrevista para el medio Dianova que, desde su fundación, “usan la educación para el desarrollo sostenible como una herramienta transformadora” que proporciona de habilidades a jóvenes, más precisamente niñas y mujeres a nivel mundial “para que actúen en sus propias áreas de influencia local”.
Melina Acosta destaca la Ley de Educación Ambiental Integral, que se encuentra vigente en Argentina desde 2021, como una herramienta que promueve la participación juvenil activa y que también permite impulsar acciones comunitarias y políticas públicas relacionadas con la sostenibilidad y la justicia ambiental. “Hay muchos jóvenes, sobre todo de nivel secundario, que cuando abordan estos temas se quedan pensando y deciden actuar, aunque sea comenzando por micro espacios de participación”, reconoce la profesora. Implica además la relevancia que debería tener la discusión por el cambio climático en espacios públicos, escuelas, universidades o clubes.
En Argentina, el grupo que tomó protagonismo en cuanto al activismo juvenil con perspectiva interseccional fue JOCA (Jóvenes por el Clima Argentina), fundado por Nicole Becker y Bruno Rodriguez. “Estos jóvenes presentan la disidencia disruptiva -enfatiza Acosta- ya que son integrantes de generaciones individualistas (millennials y centennials) y con poca participación política, con escaso interés en asuntos colectivos”.
De hecho, en el año 2019 Bruno participó en un panel en la ONU junto a Greta Thunberg, la famosa activista juvenil que comenzó con las huelgas por el clima en su escuela en Suecia.
¿Cómo seguimos?
Cabe destacar que un punto clave en la visión del problema como multicausal y con desiguales consecuencias es la reparación climática vinculada al concepto de justicia social. Según el artículo académico mencionado, aquellos países que son históricamente responsables por la mayor cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero deberían ser los primeros en tomar medidas para reparar el daño ocasionado, en afán de ayudar a aquellos del sur global en su proceso de reconstrucción.
¿Cuáles son estos países? Según Melina Acosta, son aquellos que “durante los procesos de industrialización” pretendían llegar a un modelo de desarrollo extractivista y lo lograron, como por ejemplo Rusia, Estados Unidos y China. “La quema de combustibles fósiles y extracción de hidrocarburos por parte de los países industrializados han sido las mayores causantes de las emisiones -afirma la experta- y son necesarios compromisos económicos, tecnológicos y culturales que deben asumir los líderes mundiales para paliar con las problemáticas ambientales producto del Cambio Climático”.

"Es necesario enfriar el planeta y tomar real conciencia del modelo productivo hegemónico que domina el mundo para empezar a pensar en modelos de transición energética y agro productivos", remarca la experta.
En conclusión, parecería que las tres R que nos enseñaron en la escuela, que se refieren a reutilizar, reciclar y reducir, no alcanzarían bajo ningún punto de vista a ayudar a la recomposición del planeta. Las acciones individuales, a menos que seas multimillonario, no alcanzan. Un solo vuelo en jet privado puede generar más emisiones que un europeo promedio en un año entero, aunque este asuma todo tipo de hábitos sostenibles en afán de buscar "reparar el daño causado al planeta".

La lección más importante que podemos sacar de todo esto es que no hay forma de afrontar la crisis climática como un problema de manera aislada. Debe verse en el contexto de la austeridad y la privatización, del colonialismo y el militarismo, y de los diversos sistemas de alteridad necesarios para sostenerlos a todos. Las conexiones e intersecciones entre ellos son evidentes, y sin embargo, muy a menudo, la resistencia a ellos está muy compartimentada. Superar estas desconexiones, fortalecer los hilos que unen nuestros diversos problemas y movimientos, es, diría yo, la tarea más urgente de cualquier persona preocupada por la justicia social y económica. Es la única manera de construir un contrapoder lo suficientemente sólido como para vencer a las fuerzas que protegen el altamente rentable pero cada vez más insostenible status quo.
― Naomi Klein, activista y periodista canadiense en su libro: "On Fire: The Case for the Green New Deal"
Es elemental, Ramón, para lograr una reparación del planeta, una transformación profunda del sistema económico que rige al mundo en la actualidad.






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