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“FISURAS” DEL SISTEMA

  • Pablo Cardozo
  • 19 nov
  • 7 Min. de lectura

¿Qué sucede en Argentina con el acceso a la salud mental en barios populares?


En los márgenes de la ciudad, la palabra “fisura” adquiere un doble significado: por un lado, se usa de manera despectiva para estigmatizar a quienes viven situaciones de vulnerabilidad, bajo condiciones de consumo problemático, en situación de calle o con una enfermedad psiquiátrica no tratada; por otro lado, describe las grietas estructurales de un sistema de salud mental que no alcanza.


Fuente: Enfant Terrible
Fuente: Enfant Terrible

Estas fisuras no son sólo metáforas, son vacíos concretos que traspasan barrios, hogares y vidas atravesadas por el abandono estatal que deja a muchas personas al margen de la atención, el reconocimiento de patologías y sufrimientos estructurales, y, sobre todo, de un cuidado digno. El acceso a la salud mental en contextos precarios no sólo depende de los servicios (disponibilidad de hospitales, guardias, profesionales médicos y enfermeros), sino también de la forma en que las instituciones perciben y responden a quienes acuden por ayuda.


En estos contextos, etiquetas estigmatizantes, prejuicios clasistas y falta de redes comunitarias amplifican la vulnerabilidad y profundizan la exclusión.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el mundo hay unos 450 millones de personas que sufren trastornos mentales o neurológicos, o problemas psicosociales (como los relacionados con el abuso de alcohol y drogas). Muchas de ellas sufren en silencio, muchas sufren solas, muchas nunca reciben tratamiento.

A estos datos podemos sumar que los trastornos mentales y la pobreza funcionan como un círculo vicioso. Algo que expertos en psiquiatría y abuso de sustancias vienen subrayando desde hace mucho tiempo. Benedetto Saraceno, neurólogo y psiquiatra italiano, y Paul Fleischman, psiquiatra estadounidense, explican que los trastornos mentales generan costos relacionados con el tratamiento a largo plazo y con la pérdida de productividad, factores que contribuyen a la pobreza; mientras, por otro lado, se admite que la inseguridad, el nivel educativo bajo, las condiciones de vivienda inadecuada y la desnutrición contribuyen a la aparición de trastornos mentales. La ausencia de sistemas de salud eficaces hace que este círculo vicioso nunca se corte, especialmente en los países más pobres. La pobreza y el estancamiento económico repercuten directa e indirectamente en la salud mental. El hacinamiento urbano y las condiciones laborales inapropiadas pueden ser causa de ansiedad, depresión y estrés crónico y, al mismo tiempo pueden tener un efecto nocivo en la calidad de vida de las familias y comunidades.


Un caso de ejemplo: Barrio Costa Esperanza 


Fuente: Zorzal Diario
Fuente: Zorzal Diario

Este barrio, fundado a finales de los 90 tras una toma de terrenos ubicados en el extremo oeste del Partido de General San Martín está delimitado por el río Reconquista, la autopista Camino del Buen Ayre y -quizás su rasgo mas emblemático- el predio de la Coordinadora Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado, mas conocida como CEAMSE tiene aproximadamente unas 45 hectáreas donde se reúnen varias problemáticas , como por ejemplo: instituciones públicas distantes y saturadas, instituciones y profesionales no costeables, carencia de obras sociales y trabas burocráticas son algunos de los impedimentos que sufren los habitantes del barrio para acceder a la salud mental en cualquiera de sus formas.


El licenciado en psicología Mateo Carmona realizó una investigación en la que evaluó la disponibilidad y accesibilidad de recursos para la salud mental en la comunidad de este barrio. Se propuso “exponer fundamentalmente dos grandes formas de sufrimiento, estigma y exclusión en el mundo y en el país en el que nos encontramos: la de aquellas personas que no disponen o no acceden a la salud mental y la de aquellas que también se encuentran en situación de pobreza e informalidad urbana”.


Fuente: Zorzal Diario
Fuente: Zorzal Diario
Si pensamos esta problemática en cualquier asentamiento informal de la provincia o del país, podemos decir que una comunidad no se define necesariamente por tener un territorio propio, sino por la sensación de pertenencia, los vínculos entre las personas y los valores o costumbres que comparten. Sentirse parte de algo, mantener lazos con otros y compartir una cultura común son los pilares que la sostienen.

Un asentamiento informal es, básicamente, un conjunto de familias que viven agrupadas en terrenos sin título de propiedad y con poco o ningún acceso a servicios básicos como agua corriente, electricidad o cloacas.


En esos márgenes donde el Estado llega tarde o no llega, la salud mental es una deuda que casi no se menciona. Cuando las urgencias materiales se imponen, pedir ayuda se convierte en un lujo. Fue en ese escenario, tan duro como revelador, donde Mateo Carmona desarrolló su investigación sobre el acceso a la salud mental en una comunidad urbana informal.



“Durante años escuché la misma pregunta ‘¿Conocés a alguien que pueda ayudar a mi mamá, a mi pareja, a mi vecino?’”, recuerda el psicólogo y agrega: “No había una manera de abordarlo, no había a quién recurrir, la gente estaba sola”. Su trabajo partió de la experiencia directa en territorio, convivir con las organizaciones barriales, los comedores, los merenderos y los jardines improvisados donde las maestras y las vecinas intentan contener lo que el sistema expulsa. De esos espacios surgió una pregunta central: ¿Cuántas personas quedan fuera del derecho a cuidar su mente simplemente por el lugar donde viven?


¿Cuántas? ¿Por qué?


La investigación de Carmona expone una paradoja: cuanto más profunda es la necesidad, más lejos quedan las respuestas. Las instituciones públicas suelen estar saturadas o distantes, mientras que las privadas son inalcanzables. “Es común que las personas que atraviesan situaciones de violencia o de consumo problemático no sepan ni por dónde empezar -explica el investigador- y cuando logran hacerlo, se topan con barreras económicas, burocráticas y geográficas”.


Volvemos a la idea del círculo vicioso, entre los trastornos mentales, la falta de recursos y de redes, y el sufrimiento que limita la capacidad de buscar soluciones. “No es sólo un problema clínico, es un problema estructural. La mente también se deteriora cuando no hay techo, ni trabajo, ni futuro”, reflexiona.

El psicólogo no habla desde la distancia académica, sino desde la vivencia. Durante su paso por un organismo provincial fue testigo del deterioro cotidiano de familias enteras, jóvenes atrapados en el consumo, madres que pedían refugio frente a la violencia doméstica, niños que repetían en el jardín los comportamientos que veían en casa. “Uno cree que se prepara para acompañar, pero hay días en los que el dolor del otro te desarma y, sin embargo, la comunidad siempre intenta recomponerse, esa es otra cara de la historia: la resistencia”.


En su estudio Carmona refleja cómo las llamadas barreras de acceso, económicas, administrativas, socioculturales y geográficas, son la trama invisible que impide que el derecho a la salud mental sea efectivo. No se trata sólo de la falta de centros o profesionales; también de la distancia simbólica entre los servicios y las realidades que deberían atender. En los barrios populares, la salud mental sigue siendo un tema tabú o una urgencia desplazada por otras más urgentes  como, comer, trabajar, sobrevivir. Pero detrás de cada carencia material hay un padecimiento emocional que rara vez se nombra. “He visto personas con un sufrimiento enorme atrapadas en la culpa o en el miedo, no es que no quieran pedir ayuda; es que el sistema no sabe cómo escuchar”, advierte el investigador.


A eso se le suma la precariedad laboral de quienes intentan sostener proyectos sociales o comunitarios: profesionales y voluntarios que trabajan sin estabilidad, dependiendo de fondos o programas temporales. “Es muy difícil sostenerse económicamente en el trabajo social -afirma- y eso también es parte del problema: el abandono no sólo alcanza a los que necesitan ayuda, sino también a los que la brindan”.


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Un derecho pendiente    


Según datos oficiales, menos del 3% del presupuesto nacional de salud se destina a salud mental, a pesar de que la Ley 26.657 establece un mínimo del 10%. La promesa de reemplazar los manicomios por redes comunitarias aún no se concretaron plenamente.


Pese a todo, ante la ausencia del Estado Carmona rescata algo fundamental: la fuerza colectiva: “He visto a vecinos que se organizan para acompañar, a maestras que abren sus casas para escuchar, a jóvenes que vuelven del consumo y se vuelven referentes. Esa red invisible sostiene lo que el Estado no sostiene”.

Esa esperanza comunitaria no reemplaza la política pública, pero la antecede. Es el primer gesto de salud mental en los barrios, el reconocimiento del otro. Allí donde las instituciones flaquean, la empatía se vuelve herramienta de supervivencia.


Fisuras concretas y simbólicas


Las fisuras del sistema no son exclusivas de un barrio, son un reflejo del modo en que la sociedad gestiona el dolor ajeno. Los márgenes no sólo son geográficos, son el límite entre los derechos proclamados y los derechos efectivos. “Los asentamientos informales son un espejo de lo que no queremos ver -concluye Carmona- la pobreza, el sufrimiento psíquico y la falta de acceso a la salud no son realidades separadas, son capas de un mismo problema. Si queremos una sociedad más sana hay que empezar por mirar ahí”.


Carmona resalta la importancia de agradecer las cosas con las que contamos todos los días, las personas que nos rodean y que nos quieren, agradecer siempre por la salud; no asumirlo como "algo hecho o que está dado por sentado” y saberse privilegiado por todo ello. Rescata su vocación por querer que esto cambie, por ver personas que están generando cambios o intentándolo al menos. “La vocación de generar cambios es contagiosa”, concluye.


En los bordes, la vida sigue abriéndose paso, entre el barro y los pasillos hay manos que curan sin diploma y oídos que escuchan sin protocolos. Allí también habita la salud mental, en la posibilidad de sostenerse unos a otros cuando el sistema se resquebraja.


¿Viste como cambian esas vidas con amor?

Fuentes:

Disponibilidad y accesibilidad hacia la salud mental en la comunidad del barrio Costa Esperanza : un estudio de campo en un asentamiento informal de la Provincia de Buenos Aires desde una narrativa comunal de Mateo Carmona, Universidad de Belgrano

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