GUERREROS INVISIBLES DENTRO DEL CUERPO
- Rocio Lujan Fernandez
- 25 nov
- 4 Min. de lectura
Investigadores argentinos desarrollan la nanomedicina, una novedosa disciplina que puede transformar y revolucionar el tratamiento del cáncer.

Ant-man, película de Marvel
Entre tubos de ensayo y experimentos, existe una ciencia que demuestra que “Lo esencial es invisible a los ojos” como la famosa frase de El principito. Al crear terapias precisas, la nanomedicina trabaja con partículas imperceptibles a los ojos. Esta disciplina evidencia que el tamaño no es una debilidad, como en la película Ant-Man, un superhéroe pequeño puede salvar vidas.

El cáncer es una de las principales causas de muerte en el mundo. En 2022, se diagnosticaron 20 millones de nuevos casos y murieron casi 10 millones de personas, lo que es cerca del 15% de las muertes anuales en Argentina. Los tratamientos son largos, dolorosos y destruyen células tumorales a la vez que sanas, con efectos secundarios que afectan la calidad de vida del paciente.
“Hay fármacos que son insolubles y necesitan algo que los lleve para poder circular por la sangre”, asegura Corina Marengo, licenciada en Biotecnología e investigadora del CONICET. Un nanotransportador actúa como vehículo inteligente capaz de transportar fármacos anticancerígenos y, así, se evita que se degraden debido a algunas proteínas del cuerpo humano.
“Un nanotransportador sería un sistema que llegue más selectivamente al tumor y no divague por cualquier parte, o que se use menos cantidad de fármaco para que haya menos efectos secundarios”, describe la investigadora. Se combina la física, la química y la biología para crear tratamientos a escala diminuta capaces de reconocer y atacar directamente a las células cancerígenas.
“Los LDH (hidróxidos dobles laminares) son unas partículas que son baratas, fáciles de sintetizar y cuentan con dos características valiosas, la capacidad de internalización celular y el escape endosomal”, define la especialista. La primera significa que pueden pasar por la membrana plasmática y entrar a la célula. Y la segunda, que estas logran ingresar a la célula y escapar del endosoma, una especie de bolsita que suele desintegrar lo que encierra.

Una alianza molecular perfecta
Las LDH están constituidas por metales que forman láminas de carga positiva, una arriba de otra. Como lo negativo y lo positivo se atrae, entre medio de cada una, se pueden introducir fármacos con carga negativa. “El problema es que, el LDH no puede ir solo al tumor porque se va a meter en la primera célula que encuentra, sin diferenciar, y ahí es donde entra la albúmina”, aclara la biotecnóloga.
La albúmina es una proteína que tenemos todos los humanos en el cuerpo. Es la más común en la sangre y tiene varias funciones como ayudar a transportar medicamentos. Cuenta con la capacidad de reconocer proteínas que están en mucha cantidad de tumores, lo que logra que, combinada con LDH, se llegue más específicamente a la célula tumoral.
Los resultados son preclínicos, pero abren un nuevo capítulo con avances hacia un tratamiento selectivo, donde el fármaco sea dirigido directamente y personalizado para un paciente específico y su tipo de cáncer. Sin embargo, el problema es económico porque ese sistema le va a servir a una persona, pero quizás no a otra.

Al mismo tiempo, como la nanomedicina es tan novedosa, no hay regulación y se deben hacer ensayos clínicos por fármaco que cuestan mucho dinero y tiempo. “Tener regulaciones que detallen bien lo que tiene que tener un nanotransportador para ser aprobado, serviría un montón y apuraría los procesos”, sostiene la científica.
Antes de que llegue a los hospitales tiene que pasar por un montón de pruebas. Primero, con animales pequeños y, luego, con más grandes, cuestión que se demora por temas de ética. “El desafío más grande es poder en el laboratorio tratar de imitar lo más posible lo que pasa en el organismo”, revela.
La luz, otra aliada en esta batalla
En paralelo, en otros laboratorios, la luz se convierte en una aliada. Un artículo de investigación se encuentra en este camino para desarrollar una terapia fotodinámica que activa nanopartículas dentro del tumor cerebral.
“No creo que el cáncer deje de ser el monstruo que es”, admite la investigadora y reconoce: “Pero sí creo que con la nanomedicina se pueden desarrollar tratamientos que no hagan que el paciente tenga que pasar por una tortura mientras se está curando”.
La luz se aplica en dosis suaves y repetitivas, junto a un “fotosensibilizador”, en cultivos celulares de glioblastoma, es decir, un tumor cerebral agresivo. Como resultado, estas nanopartículas, llamadas poliméricas conjugadas, se acumularon en las células tumorales. De este modo, las destruyeron mediante estrés oxidativo, sin dañar a las sanas, al mismo tiempo que impidieron que el tumor creara nuevos vasos sanguíneos y así frenaron su crecimiento.

Estos desarrollos, aún en fase experimental, podrían abrir un nuevo horizonte para tratamientos menos invasivos, especialmente en tipos de cáncer donde la cirugía o radioterapia resultan riesgosas. También, se están desarrollando varias nanopartículas que sirven para obtener mejores imágenes del tumor, o ver biomarcadores, por ejemplo, proteínas típicas que suelen estar en algunos tipos de cánceres”, subraya la académica acerca del diagnóstico.
Según un análisis reciente, ya hay más de 1.200 estudios activos en todo el mundo que utilizan nanopartículas en investigación oncológica, genética y de vacunas. Como el traje de Iron Man, formado a partir de millones de partículas invisibles, la nanomedicina trabaja en silencio, imperceptiblemente, para proteger el cuerpo desde adentro. En los laboratorios, este avance sigue en crecimiento y puede revolucionar la medicina.





Comentarios