IBERÁ LABORATORIO VIVO
- Maria Eva Miteff

- 19 nov
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 1 dic
En el corazón verde de Corrientes, los mitos guaraníes dialogan con la ciencia. El regreso del yaguareté al Iberá marca un nuevo capítulo en la conservación argentina: el intento de reconciliar al ser humano con el paisaje que lo vio nacer.
Cuentan los guaraníes que, cuando la luna llena toca el agua del Iberá, su reflejo despierta al yaguareté-abá, el hombre que quiso dominar la fuerza del jaguar y terminó convirtiéndose en él. Desde entonces, su espíritu recorre silencioso los esteros, recordando a los hombres que la naturaleza no se conquista: se respeta.
En “Iberá”, proveniente del guaraní Y verá que significa “agua que brilla”, vive el yaguareté conocido también como el jaguar de las selvas y los humedales. En la cosmovisión guaraní, el yaguareté (o jaguareté) no es solo un animal: es un ser espiritual, un guardián de la selva y del equilibrio natural.
El valor de conocer para conservar
En este territorio de “agua que brilla”, cuyo origen geológico se remonta a miles de años donde los antiguos cauces del Paraná dieron paso a un inmenso mosaico de lagunas y embalsados, la ciencia encuentra hoy un escenario vivo para estudiar cómo la geología, el clima y la vida se entrelazan. El Iberá —uno de los humedales más grandes de Sudamérica— es un laboratorio natural a cielo abierto, donde cada especie cumple un rol en el equilibrio que sostiene el ecosistema.
El pulmón verde de Argentina cuenta con una extensión de más de 12.000 kilómetros cuadrados, está formado por lagunas y embalsados interconectados. En el conviven más de 2.000 especies vegetales y 350 aves, junto con carpinchos, ciervos de los pantanos, lobitos de ríos, caimanes y el recientemente reintroducido yaguareté.

“El Iberá funciona como un sistema que filtra, regula y distribuye el agua, manteniendo el equilibrio de toda la cuenca del Paraná”, explican investigadores del Instituto de Botánica del Nordeste (UNNE-CONICET). Por eso, su conservación es clave frente al cambio climático y la pérdida de biodiversidad, dos de los mayores desafíos ambientales actuales.
La política en medio de la naturaleza
La inmensidad del Iberá no solo impone admiración: también exige decisiones. Durante décadas, distintos intereses —económicos, políticos y ambientales— convivieron sobre un mismo territorio. Para ordenar y proteger esa diversidad, el Estado provincial creó el Gran Parque Iberá, áreas protegidas nacionales y provinciales que integran el Parque Nacional Iberá, el Parque Provincial Iberá y la Reserva Provincial.
Estas políticas buscan equilibrar la conservación de la naturaleza con el desarrollo local. Iniciativas como el Programa Prohuerta del INTA Mercedes y el Plan Maestro del Iberá promueven el ecoturismo, la producción artesanal y la participación de las comunidades rurales. Actividades como la elaboración de artesanías con materiales naturales —madera, palma, lana y cuero— o el turismo rural y de observación de fauna, se convirtieron en nuevas fuentes de ingreso para los habitantes de la región.
Sin embargo, el proceso no estuvo exento de tensiones. La llegada del turismo, la mercantilización del agua y los cambios en los modos de vida generaron transformaciones sociales y culturales profundas. Los pobladores locales, antiguos ganaderos o pescadores, tuvieron que adaptarse a una nueva economía basada en la conservación. Como toda transición ecológica, el desafío no es solo proteger el ambiente, sino también asegurar que las comunidades puedan prosperar junto a él.
El Plan Maestro del Iberá busca posicionar al humedal como un destino estratégico de ecoturismo en los corredores que unen Buenos Aires, Iguazú, San Pablo y Salta. Pero más allá del desarrollo turístico, el verdadero valor del Iberá reside en su capacidad para reconectarnos con el equilibrio natural. Por eso hay que lograr un equilibrio.
Iberá ruge de nuevo
Hay un proceso que sintetiza la complejidad del Iberá que es el reasilvestramiento, una estrategia que va más allá de devolver animales al ambiente. Re asilvestrar no significa repoblar un sitio, sino restaurar un ecosistema completo, reactivando las interacciones tróficas —es decir, las redes de quién se alimenta de quién y cómo cada especie influye en las demás dentro de la cadena y la red alimentaria—,los procesos naturales y el equilibrio ecológico perdido. Al respecto, Mario Di Bitetti, licenciado en Biología en la Universidad Nacional de La Plata y Doctorado en Ecología y Evolución, destaca en su artículo “Mamíferos exóticos y restauración faunística en el neotrópico” que el Iberá ocupa un lugar singular en el continente en lo referente a la reintroducción del yaguareté y otras especies como el oso hormiguero.

En su artículo, el biólogo menciona que el Iberá representa el mayor esfuerzo de reasilvestramiento trófico en Sudamérica. Este concepto se refiere a restaurar la estructura de la red alimentaria de un ecosistema devolviendo especies clave —sobre todo depredadores y herbívoros— para que vuelvan a cumplir sus roles naturales.
No se trata sólo de reintroducir animales, sino de recomponer las interacciones alimentarias y energéticas que sostienen el funcionamiento del ambiente.
Esto permite recuperar funciones ecológicas esenciales, como el control de poblaciones por parte de depredadores, la dispersión de semillas por herbívoros y frugívoros, la regulación de la vegetación y la modificación del hábitat que realizan ciertas especies, necesarias para que el ecosistema recupere su equilibrio.
Di Bitetti señala que lo esencial del rewilding no es la presencia del animal en sí, sino el rol ecológico que cumplía. En teoría, podrían reemplazarse especies extintas por otras con funciones similares, aunque esto genera fuertes debates dentro de la conservación. Lo que sí hay consenso es que devolver al yaguareté al Iberá significa recuperar al regulador natural del humedal, dado que él ejerce un lugar fundamental en la cadena trófica y en la regulación de cantidad de especies presentes.
En los esteros, la Fundación Rewilding Argentina impulsó la reintroducción de especies clave: el oso hormiguero gigante, el venado de las pampas, el pecarí de collar y, en 2018, el regreso más esperado: el yaguareté (Panthera onca), extinguido en la región desde hacía más de 50 años.
“En América Latina todavía quedan grandes espacios naturales, algo que no ocurre en Europa o Asia. Por eso, iniciativas como la del Iberá son hoy las más importantes de Sudamérica”, explica Di Bitetti, quien también es investigador y referente en conservación La magnitud del humedal y la posibilidad de trabajar a escala ecosistémica lo convierten en un laboratorio vivo.
Por su parte la reintroducción del yaguareté fue posible gracias a un cuidadoso trabajo genético y ecológico. Entre 2016 y 2017 se liberó la primera pareja reproductora no emparentada, asegurando diversidad genética. Hoy, más de una decena de ejemplares nacidos en libertad recorren los esteros, devolviendo al paisaje su equilibrio ancestral.
Si bien la intención del rewilding (o reasilvestramiento) es devolver el equilibrio ancestral, el yaguareté al ser reintroducido restringe a otros animales, sobre todo herbívoros, a áreas más chicas. “El yaguareté tiene un doble efecto en sus presas, por un lado, reduce la cantidad de herbívoros, como los carpinchos y, por otro lado, provocar una nueva respuesta comportamental, lo que los ecólogos llaman paisaje del miedo. Esto es lo que les ocurre a los herbívoros cuando tienen a sus depredadores cerca, evitan forrajear, pastar en ciertas áreas porque son muy peligrosas, porque están expuestos a los depredadores, entonces concentran su actividad de forrajeo en las áreas más seguras”, explica el investigador.
Las comunidades, guardianas del húmedal
Aunque el yaguareté había desaparecido hacía más de 50 años, su presencia simbólica seguía viva. “Más del 90% de la gente quería verlo volver. La identificación con el animal nunca se perdió: está en el chamamé, en la memoria y en la identidad del lugar”, dice Di Bitetti. Para los guaraníes, era el guardián del agua; para la ecología, es el depredador que ordena el humedal.
“El yaguareté no solo vuelve a cazar; vuelve a ordenar el ecosistema”, explican los biólogos del proyecto. Al recuperar su rol de depredador tope, regula las poblaciones de herbívoros como carpinchos y ciervos, y reactiva los procesos de selección natural.
Pero la reconstrucción del Iberá no depende solo de liberar animales o decretar reservas. Requiere sostener una alianza permanente entre ciencia, políticas públicas y comunidades locales. Los pobladores, que durante generaciones aprendieron a leer el pulso del humedal, hoy son protagonistas de un nuevo modelo de convivencia: uno en el que la naturaleza vuelve a ocupar el centro y las personas se convierten en sus guardianas. Así, el Iberá se vuelve un ejemplo de cómo restaurar la vida también sana los vínculos culturales e históricos con la tierra.
En el Iberá, la ciencia, la política y la cultura confluyen en un mismo objetivo: restaurar la vida.
El regreso del verdadero yaguareté —reintroducido tras décadas de ausencia— parece cerrar el círculo del mito: el guardián vuelve a su casa. Lo que para los guaraníes fue leyenda, para la ciencia es hoy una metáfora real de restauración y convivencia. El Iberá nos recuerda que, cuando el hombre escucha a la tierra en lugar de dominarla, la vida siempre encuentra el modo de rugir otra vez.

Fuentes:
Mamíferos exóticos y restauración faunística en el neotrópico - Mario Di Bitetti
Esteros del Iberá - Un enorme laboratorio a cielo abierto - Oscar Orfeo
Esteros del Iberá: conservación, mercantilización y transformaciones sociales - Maria Abelina Acosta











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