INFANCIAS SEXUALIZADAS
- Natalia David

- 25 nov
- 6 Min. de lectura
La sexualización avanza cada vez más rápido sobre las infancias. Las pantallas instalan discursos e ideas que adelantan etapas. ¿Cómo afecta este fenómeno al desarrollo corporal, cognitivo y emocional?

Desde que se levantan, el teléfono acompaña cada movimiento. Revisan notificaciones antes de desayunar, miran videos camino a la escuela y, lo mismo, al llegar a casa. Las tareas que manda la seño se entremezclan con filtros, desafíos y coreografías virales, mientras la atención pasa por infinitas aplicaciones, menos por la hoja que tienen en la mesa hace más de una hora. En los momentos de ocio, el celular es quien decide qué ver, qué hacer e incluso hacia dónde ir, pero nunca cuándo parar.
¿Quién educa y forma a las infancias hoy? Durante años pensamos en las familias, grupos de pares y la escuela como los agentes más significativos del proceso de socialización primaria, y efectivamente lo eran. “Hoy los chicos socializan cada vez más a través de pantallas y plataformas digitales- afirma la psicoanalista Sonia Almada- y produce un desplazamiento del cuerpo como mediador de la relación. Antes el encuentro implicaba juego físico, lectura del gesto y de la mirada”.
Ahora crecen entre publicidades, juegos online, TikTok y streams entre otra infinidad de posibilidades que el celular les ofrece. Los medios de comunicación se han convertido en un agente más y quizá el más influyente de este proceso. El intercambio ocurre en chats, redes o juegos online, donde los vínculos están mediados por algoritmos que deciden qué se ve y con quién se interactúa.
“Estas nuevas formas de socialización incluyen chats como ´plazas públicas´, juegos online como espacios de pertenencia, redes donde compartir memes, audios y reels como una forma de lenguaje afectivo. La identidad se arma en perfiles, avatares y nicks”, sostiene la especialista en violencia infantil.

Este gráfico de la Unidad de Evaluación Integral de Calidad y Equidad Educativa de la Ciudad de Buenos Aires fue realizado en agosto de 2024 y está basado en entrevistas a casi 2.000 familias. Allí, se puede observar la cantidad de horas que los niños/niñas y jóvenes destinan al uso de dispositivos en sus casas. Casi el 50% usa pantallas entre 2 y 5 horas diarias y solo el 2% de estudiantes de secundaria no utilizan dispositivos frente a un 8% en la primaria.
Todo lo que se consume a través de los medios se incorpora a los modos de ser, sentir y pensar. Pero hay un precio que pagar, y no es específicamente el costo del servicio de internet, sino el de la identidad. Ya no resulta extraño que un niño tenga celular; el dispositivo se volvió el centro de su vida cotidiana y, sin buscarlo ni advertirlo, se convirtieron en nativos digitales. Sin embargo no es un fenómeno propio de la actualidad.
“El cambio comienza con la masificación de Internet a mediados de los 2000, se profundiza con el smartphone y las redes desde 2010 en adelante, y se vuelve estructural tras la pandemia, que digitalizó la vida escolar y social y dejó marcas profundas”, plantea Almada.
El negocio del deseo: La infancia como mercancía

El terreno de la información se volvió ilimitado y sin un control real. Los contenidos llegan por igual a adultos y a niños, sin distinción ni barreras que protejan sus tiempos y procesos. Las lógicas del mercado y sus estrategias se imponen sobre las necesidades de las infancias. En lugar de ser tratados como sujetos en desarrollo, se convierten en consumidores perfectos, siempre disponibles y conectados.

En este escenario, saturado de estímulos, la industria de la moda, los cosméticos, la publicidad, la música y hasta los juguetes contribuyen a un imaginario social profundamente sexualizado. En medio de una cultura machista, que presenta a la mujer como objeto de deseo y perfección, las niñas y adolescentes resultan las más afectadas. En algunos casos, padres y madres celebran a sus hijos vestidos como adultos, maquillados o realizando bailes con carga erótica. Lo que parece “cómico” o “tierno” tiene, sin embargo, consecuencias profundas en su desarrollo emocional.
“El uso intensivo y no mediado afecta múltiples áreas: emocional (tolerancia a la frustración, irritabilidad), cognitiva (atención fragmentada, dificultades para sostener la lectura), vincular (menor lectura y comprensión del cuerpo y del gesto), y simbólica (empobrecimiento del juego libre que muchas veces aparece como aburrimiento)”, remarca la investigadora y agrega: “También existe un impacto de la validación en redes en la identidad infantil. Las redes imponen una identidad basada en la respuesta externa: likes, vistas y comentarios”.
Las infancias no solo están en constante contacto con imágenes hipersexualizadas, sino también se les vende la idea de que tienen que verse “sexys”. Las redes enseñan y premian un modelo ilusorio. Y esa validación digital se convierte en un patrón real de comportamiento, donde el valor personal se mide por la apariencia y no por quiénes son realmente. Para la experta, “la infancia, por su vulnerabilidad estructural, tiende a creer que ese espejo digital revela quiénes son”.

La mirada del otro se vuelve predominante a la hora de actuar. Debido a la tecnología, los infantes pierden la inocencia al margen de la neutralidad y espontaneidad de sus acciones y desarrollo. Así, los códigos de las plataformas virtuales se trasladan a la vida cotidiana: en la escuela, en los juegos, en la forma de vestirse o hablar y hasta de vincularse.
Asimismo, se modifican las relaciones familiares en las que predomina la mirada externa por sobre el vínculo. “Los chicos aprenden a valorarse según métricas y apariencia, lo que genera autoestima frágil, vigilancia sobre el cuerpo y una identidad actuada más que vivida. Surge la ´presencia física sin presencia psíquica´: familias juntas pero desconectadas entre sí. Hay disputas constantes por el dispositivo que erosionan el vínculo”, sostiene.

Sexualidad y sexualización: Entre el juego y el deseo
Sigmund Freud explicaba en “Tres ensayos sobre teoría sexual”, publicado en 1905, que la sexualidad infantil forma parte del desarrollo humano y se expresa como curiosidad, juego y exploración del propio cuerpo. La psicoanalista confirma que “no es solo genital ni adulta” y explica que “Freud la nombró como polimorfa, la sexualidad infantil es parte del desarrollo, ligada a la curiosidad y al cuerpo”.
Esta sexualidad es espontánea, lúdica y evolutiva. La sexualización infantil que analiza este artículo, en cambio, responde a lógicas externas como las de los medios, el mercado y los modelos culturales que imponen estéticas y roles adultos. “La sexualización es la imposición adulta de significados sexuales que no corresponden a la edad, y constituye una forma de violencia”, sentencia.

La segunda infancia, entre los seis y doce años, es entendida por Freud como el período de latencia y se caracteriza por la sublimación de los impulsos y un saber sexual previo al de la pubertad. La erotización a temprana edad interrumpe este proceso y vulnera la construcción natural de la sexualidad de las infancias, ya que no poseen la madurez física ni emocional para asumir un rol que no les corresponde. Como consecuencia, se desplazan la imaginación y el juego simbólico propio de esta etapa.
Según la autora de La niña del campanario, la sexualización ocurre cuando la cultura o el mundo adulto imponen significados sexuales inapropiados para la edad y exhiben el cuerpo infantil con claves eróticas o exponen a los niños a contenidos sexuales. “Es una forma de violencia. La sexualización se manifiesta cuando un niño repite poses o gestos adultos, lenguaje erótico, escenas pornográficas, o cuando presenta conductas intrusivas”, alerta.
Las imitaciones y reproducciones de comportamientos adultos, que parecen inofensivas, esconden, en realidad, formas de violencia y maltrato hacia las infancias. La exposición temprana a contenidos sexualizados las vuelve más vulnerables al acoso, la baja autoestima, los trastornos físicos y de déficit de atención, la hiperactividad, depresión e incluso a la pérdida de autonomía personal.
Desafíos de la educación
Frente a este panorama, la Educación Sexual Integral (ESI) aparece como una herramienta clave para desarticular los mandatos culturales que sexualizan a las infancias y fortalecer su autonomía personal. En definitiva, se trata de enseñar respeto y cuidado hacia uno mismo y hacia los demás, al mismo tiempo que se aboga por la diversidad y la singularidad en lo sexual, pero aún más en lo afectivo y psicosocial.
“La escuela es una institución privilegiada en el desarrollo de valores y construcción de identidad y ha logrado mucho en enseñanza de los valores del buen trato y el respeto mutuo. Una mirada integral sobre el desarrollo de los niños y niñas, que incluya la trama sexoafectiva, es prevención de las violencias y promoción de la salud mental - concluye Almada-. Cuidar la Educación Sexual Integral como un derecho para los niños y niñas debe ser no solo un compromiso del estado, sino también una exigencia como sociedad".
Fuentes:





Comentarios