INTELIGENCIA Y SALUD MENTAL EN EL ENTORNO ACADÉMICO
- Javier Villalba
- 19 nov 2024
- 5 Min. de lectura
Lograr un buen desempeño académico en el nivel universitario puede ser un gran desafío para los estudiantes. El coeficiente intelectual y el cuidado de la salud mental son dos de los factores más influyentes para alcanzar el rendimiento deseado.

Históricamente hemos replicado durante generaciones la construcción de estereotipos como el 'traga' o 'nerd' (véase, aquel o aquella alumnx que destaca por sobre el resto en sus calificaciones) y los "vagos", que naturalmente asociamos a la última fila de asientos del salón, pero, ¿son estas etiquetas tan certeras y lineales?, ¿qué determina a cuál grupo estamos destinados a pertenecer? El coeficiente intelectual y salud mental como factores constituyentes de la vida académica nos acercan pistas hacia la resolución de este dilema.
¿Qué entendemos por inteligencia? Desde la antigüedad, en tiempos de poemas homéricos, pasando por Aristóteles y Platón, la edad media o las primeras visiones de tinte científico en el siglo XVII, la mente y la psiquis han estado conceptualmente presentes, ya sea tácitamente o en el estudio explícito y específico de cada una, a colación de ser artífices y protagonistas en la búsqueda histórica del ser humano por entender el mundo que lo rodea.
En este sentido, uno de los primeros pensadores que procuró explicar el intelecto humano fue el investigador inglés Francis Galton, que diseñó innovadores métodos para medir los rasgos intelectuales y definió la inteligencia como un factor heredado de forma innata. Posteriormente, el psicólogo estadounidense James Catell acuñó el término “test mental”, el cual se aplicaría luego a la primera evaluación de inteligencia creada en 1905 por los franceses Alfred Binet y Théodore Simon.
La investigadora y magíster en Neuropsicología Ana María González, quien participó en un estudio sobre coeficiente intelectual y rendimiento académico publicado en 2022, afirma que “el coeficiente intelectual no se puede modificar”, explicándolo desde la teoría como un rasgo que no cambia a través del tiempo, y añade que “es posible que varíe de un evaluador a otro unos 3 o 4 puntos, máximo 5, pero no varía mucho a lo largo del tiempo aunque se haga un entrenamiento cognitivo.”
En la actualidad, las pruebas más utilizadas para medir la inteligencia son la Escala Wechsler de Inteligencia Preescolar y Primaria y las Escalas de Inteligencia de Stanford-Binet; la primera, orientada a la capacidad individual de resolver problemas, mientras que en el caso de la segunda, se gestó a partir de una revisión de la escala Binet-Simon y tuvo originalmente el objetivo de identificar deficiencias en el desarrollo intelectual en niños pequeños.
Al respecto, la especialista González comenta sobre casos de estudiantes con una ‘’inteligencia limítrofe’’, que aún con un coeficiente por debajo de la media, consiguen realizar carreras universitarias, y enfatiza en la relación entre el CI y las carreras desarrolladas, concluyendo que un estudiante con un coeficiente por debajo de la media “probablemente no podrá hacer una carrera de medicina, pero sí puede hacer una carrera que le sea menos exigente”.
Pero aún con este repaso histórico entre las concepciones de la inteligencia y sus distintas formas de medirla a través del tiempo, ¿estamos en condiciones de afirmar que el concepto de “inteligente” es un rasgo lineal y homogéneo?
El psicólogo e investigador estadounidense Howard Gardner publicó en 1983 la Teoría de las Inteligencias Múltiples, que prometía romper con la forma tradicional de entender a la inteligencia. Esta teoría afirmaba que la inteligencia no era un elemento unitario ni tan simple de determinar, sino que existían varias formas de entenderla, como así también varios tipos de inteligencia. En concreto, ocho. Estas inteligencias que Gardner refiere en su obra se clasifican en inteligencia lógico-matemática, lingüística, espacial, musical, kinestésico-corporal, intrapersonal, interpersonal e inteligencia naturista.
Con estos parámetros definidos, queda claro que existen distintos niveles de cognición que pueden variar mucho o poco entre un individuo y otro. Se entiende por consiguiente que las capacidades mentales de cada quien jugarán un papel importante en su desempeño en los distintos campos de la vida, en especial en los relativos a lo académico.
De todos modos, existen alternativas a las limitaciones inherentes a la inteligencia, y así lo dejó entrever la especialista al contar una propuesta realizada en su universidad que consistía en “un proceso de estimulación cognitiva en la que los estudiantes tuvieran acceso a sesiones diarias de una hora". Si bien el CI no se puede modificar, González explica que ‘’es posible mejorar otro tipo de procesos cognitivos como la atención, la memoria o las funciones ejecutivas, y eso es probable que a largo plazo pueda ayudar en los resultados académicos”.
La salud mental, otra clave en el camino hacia el éxito académico
Según la escuela cognitivista, la capacidad de un individuo en sus funciones cognitivas es un factor importante en el logro de objetivos en la vida universitaria, pero hay otro factor en el estudio de la mente tan importante como el CI que debemos abordar para entender cuáles son los agentes que determinan el rendimiento académico de los estudiantes: la salud mental.
Un informe realizado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA reveló que un promedio de 26,7% de la población argentina padece malestares psicológicos. Este porcentaje es el más alto de los últimos 20 años.
Sabemos que el tránsito por la universidad puede ser estresante, y si a eso le sumamos las patologías o desequilibrios emocionales que pueda un alumno portar de base o desarrollar en el transcurso de su vida, podemos colegir otro de los causales de un rendimiento académico insuficiente o no deseado.
No hay estudios que comprueben a ciencia cierta una relación estrecha entre el coeficiente intelectual y la salud mental o las patologías, pero sí es posible sostener que ambas convergen como variables de un rol protagónico en el camino de cada uno de los y las estudiantes que se aventuran en distintas disciplinas en búsqueda del más óptimo desempeño escolar.
Al respecto, González nos ratifica desde su experiencia no creer en una relación entre la estabilidad mental y el coeficiente, y sostiene que “todas las personas independientemente del C.I pueden tener alteraciones en el estado emocional”. Sin embargo, desde un punto de vista personal, plantea: “A nivel no-científico, siempre he pensado que toda genialidad viene con su locura. No es normal tener un coeficiente intelectual alto, es tan anormal como tener un coeficiente intelectual bajo, o ser superdotado como tener un retraso mental”.
Además, cuenta también las recomendaciones a seguir para favorecer el buen funcionamiento de las facultades cognitivas, entre las cuales se encuentran la alimentación balanceada, el deporte como una ayuda para los niveles de estrés y ansiedad, la participación en espacios de esparcimiento y socialización, como así también en los programas de bienestar estudiantil ofrecidos por las casas de altos estudios, y la estimulación de la mente durante las vacaciones, entre otras.
Según la neuropsicóloga, “los trastornos depresivos en personas con un coeficiente intelectual bajo tienden a ser de causas orgánicas, pero en las personas con un coeficiente alto también suele pasar que tienen factores muy ambientales’’. Por otra parte, añade que ‘’entre la persona más inteligente sea, más es capaz de compararse con otras personas de su ambiente o de ser consciente de su 'miseria humana', y eso genera una afectación emocional”.
¿Qué medidas toman las instituciones?
En el marco del abordaje de la salud mental en el entorno académico, algunos ejemplos de universidades nacionales que han implementado diversos métodos y servicios de apoyo y prevención para sus estudiantes son los de la Universidad de Buenos Aires (UBA), que brinda a la comunidad actividades de orientación vocacional y universitaria a cargo de psicólogos y psicólogas especializados en orientación; o la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), que cuenta con un programa orientado a la promoción, prevención y asistencia de la salud mental de los estudiantes, a quienes se les ofrece atención psicológica gratuita.
Otros casos de universidades con programas similares de acompañamiento psicológico o de orientación vocacional para su comunidad son los de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) o la Universidad Nacional de Avellaneda (UNDAV). Esta última incluye también sesiones de terapia individuales y grupales accesibles tanto para estudiantes como para docentes, no docentes y graduados/as.
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