VAMOS A VER COMO ES EL REINO DEL REVÉS
- Úrsula Di Prinzio
- 11 ago
- 9 Min. de lectura
Por ahora no tengo deseos de ser madre. Sin embargo, amo a los niños y tengo el anhelo de ser tía, porque claro: cuando la responsabilidad recae en otra persona, ahí sí gusta la idea. Pero, tal vez teniendo el mismo pensamiento que yo, nadie alrededor mío quiere tener hijos. ¿Cómo puede ser que absolutamente nadie en mi entorno quiera ser padre o lo vean como una fantasía en el futuro casi impracticable? Hay una idea dando vueltas sobre que “tener hijos te arruina la vida”. Incluso mis mismísimos padres me dijeron varias veces que no tenga hijos, que disfrute la vida ¿Eso que implica? Ni siquiera es que me quiera cerrar a la idea de nunca ser madre, porque soy joven y me queda mucho por delante, pero el ambiente últimamente parece incitarnos a lo contrario. ¿Hay una tendencia a evitar la maternidad? ¿Qué dice la ciencia? ¿Qué cambios traería esto a la larga en la sociedad?

Hay una forma gráfica de ver cómo se compone una sociedad que es la pirámide poblacional. Para empezar, esta pirámide es una figura donde se representa a la población según sus grupos etarios -es decir por edades- donde, justamente, las poblaciones de menos edad son las que ocupan la base y los mayores ocupan la cúspide. De esta forma, según nos cuenta Lorena Bolzon, decana del Instituto de Ciencias para la Familia y directora del Centro para el Estudio de las Relaciones Interpersonales de la Universidad Austral -además de una de las escritoras del informe “La mujer en el contexto familiar argentino. Cambios sociales y vinculares en los últimos 30 años”-, lo sano en una sociedad es que haya más chicos jóvenes para que, el día de mañana, cuando se conviertan en la parte más ancha de la pirámide, en el grupo del medio con más capacidades laborales, sean los que sostengan a los otros dos extremos, es decir, a los niños y a los ancianos.

Sin embargo, la caída en la tasa de natalidad y la inversión de las tasas poblacionales son cada vez más prominentes en todo el mundo. ¿Qué implica esto? Que estamos ante un gran problema porque, al darse vuelta la pirámide, poca gente va a sostener a aquellos que no generan recursos. Es decir, la parte del medio, compuesta por las personas que trabajan, se va a ir achicando cada vez más, por lo que menos personas van a tener que sostener a muchas más que no están en edad de trabajar, expresa la investigadora.
La autora especula que esta tendencia empezó a notarse en nuestro país hace dos o tres décadas atrás. De hecho, la CEPAL pronosticaba para 2050 los valores que estamos alcanzando hoy, lo cual no deja un panorama muy positivo para cuando realmente lleguemos a ese año. Actualmente, nacen por año 260 mil bebés menos que hace una década, según el informe que también muestra una comparación de las pirámides poblacionales en Argentina elaboradas con los datos de los censos que se hicieron desde el INDEC entre 1991 y 2022, donde se puede ver con claridad que 1991 empieza con una base muy ancha que empieza a achicarse en 2010, y pega un salto en 2022 para volverse muchísimo más angosta. Bolzon confirma que los cambios más radicales o más fuertes se vienen dando entre los últimos diez o doce años.

Las causas de este fenómeno son varias. Se puede ver de cierta manera “positivo” si consideramos el aumento de medidas y acceso a la salud y la educación, como por ejemplo la implementación de métodos anticonceptivos. Además, la educación sexual integral (ESI), de la mano de las políticas de género y sanitarias, tomaron un rol importante y no menor en la concientización de la sociedad, lo cual se ve reflejado en la reducción de más del 40% de los embarazos juveniles. Entonces, el crecimiento de la ESI es valiosísimo. “La educación sexual integral debería crecer en este sentido, para que la mujer elija cuando quiere ser madre y cómo quiere ser madre -afirma la decana- si es que quiere ser madre”.

A esto se le suma el tema del desarrollo de la mujer y la salida de la mujer al espacio laboral. Desde años atrás, las mujeres se vieron encasilladas en el rol de “madres” y “cuidadoras”, como si eso fuera lo único a lo que podían aspirar. Ahora, cambió el modelo de la familia tradicional y se podría decir que tienen más margen de decisión, nuevas prioridades en sus vidas, y la oportunidad de desenvolverse en otros espacios sin esa presión. De este modo, esa prioridad se traslada a desarrollar la vida propia antes que encargarse de una nueva, porque la gente prefiere enfocarse en desarrollar sus propios proyectos, mayormente laborales.
Sin embargo, la especialista considera que eso es una dicotomía que no debería darse. “Debería permitírsele a la mujer que pueda crecer y desarrollarse profesionalmente y a la par, ser madre”, refuta. Entonces, para poder lograr esto, se necesitarían mejores estructuras laborales, en relación con las licencias por maternidad y el tiempo que la mujer necesita para criar y cuidar a un hijo. Y, como se da para la mujer, debería fijarse para el padre, para lograr que la igualdad de oportunidades se dé tanto fuera como dentro del hogar.

Así, el hombre también tiene la posibilidad de asumir otros roles, otras capacidades, y hacerse responsable de otras cuestiones dentro del hogar, lo cual “permitiría que la mujer tuviera más libertad para desarrollarse”, sostiene Bolzon. Además, agrega que, de acuerdo a las estadísticas actuales de nuestro país, a mayor nivel educativo del hombre, hay más colaboración dentro del hogar y, cuanto menos estudios, menos capacidad de desarrollo y menos colaboración. Por eso, afirma que este suceso va de la mano tanto del desarrollo de las mujeres como del desarrollo de los hombres.
A pesar de todo, el informe muestra que tener hijos se convirtió en algo no esencial para la vida de las mujeres, y 5 de cada 10 mujeres jóvenes (18 a 24 años) no muestran intención futura de convertirse en madre. Por otra parte, hace 30 años atrás, el grupo etario en que la mujer era madre era preponderantemente entre los 20 y los 24 años, madres muy jóvenes. Ahora, ese grupo etario está en tercer nivel: primero están los de 24 a 29 años, luego los de 30 a 34, y recién vienen las madres más jóvenes. Pero, cada vez suben más aquellas que son madres después de los 35 y 40 años.
Y esto choca con otra cuestión, remarca Bolzon, que a pesar de que los cambios sociales han sido muchos, la biología de la mujer no se modificó. Según varios estudios médicos científicos, las mujeres son preponderantemente más fértiles entre los 20 y los 30 años. Por lo que a medida que van aumentando en edad, su fertilidad empieza a decrecer, creando el inconveniente de que mientras más se retrase la maternidad, cuando quieran serlo no van a poder hacerlo naturalmente. Y a pesar de todos los avances de la ciencia, todo lo que tiene que ver con medicina reproductiva muestra índices de efectividad menores al 45%, con lo cual habrá muchas mujeres que tampoco puedan convertirse en madres. “Entonces es una decisión que hay que tomar con verdadera conciencia de lo que puede pasar”, ratifica la investigadora.

Pero, ¿son solo las mujeres las que no quieren hijos? El asunto es que los estudios científicos y relevamientos sociales en nuestro país en general están más apuntados a la mujer. A pesar de eso, Bolzon indica que hay elementos que permiten ver que tampoco está el deseo en el hombre de paternar en el mismo grado en que existía hace algunos años. Por ejemplo, la vasectomía se popularizó en la actualidad. También la ligadura de trompas en las mujeres era una práctica común para aquellas que ya fueron madres y no querían tener más hijos, pero ambos ahora consideran estas prácticas alternativas de cara al futuro. Se ve entonces que la falta de interés a ser padres no es algo que debería atribuirse solo a la mujer.
Así, esto nos hace volver sobre nuestros pasos al “proyecto vital” que cada uno tiene. Para las personas, el proyecto vital dejó de tratar sobre desarrollarse como persona, sino que ahora gira en torno al plano laboral y profesional. Y también entra en juego la mala prensa que tiene ser madre o padre: hay mucho miedo a la “pérdida de libertad” que esto parece suponer... Sin embargo, la autora considera que el detenerse a pensar cómo quiero desarrollarme como persona, con quién quiero vincularme, y elegir si quiero tener hijos o no, ya es una manera de trascender personalmente muy valiosa y significativa.
No obstante, estos factores, en su mayoría, al fin y al cabo, recaen en la cuestión de las relaciones con el otro, que se ven muy afectadas en la era que estamos atravesando. El individualismo, el egoísmo, el yo por encima del otro, son ideas muy presentes, y a veces pareciera que las personas no le ven sentido al relacionarse con el otro a menos que sea por beneficio propio. La autora remarca que existe un individualismo muy exacerbado en las personas: “estamos como muy centrados en lo que quiero, lo que deseo, y poco estás pensando en lo que le pasa al otro, en lo que le pasa a mi vecino, que por ahí está solo, en lo que les pasa a mis padres, a mis hermanos”.

Estamos en una época donde el motor es el bien individual, incentivado en gran parte por las redes sociales, donde pareciera que todos aquellos pasos que se estaban dando hacia la inclusión e igualdad fueron en vano. Con un panorama así, ¿cómo es posible encontrar una conexión con el otro, para algunos una de las bases más importantes para formar una familia?
Y afuera llora la ciudad tanta soledad
Ya hablamos del desarrollo profesional y de la mala prensa de la maternidad. Ahora bien, según Bolzon, el mayor elemento por el cual las mujeres deciden no ser madres sigue siendo no tener una pareja estable. Esto muestra que, aunque puedan ir de la mano, se debe más a un elemento vincular que a un elemento de desarrollo profesional; el poder tener una pareja, el poder crecer con ella, es un factor clave. Por ejemplo, cada vez hay más chicas jóvenes que están congelando sus óvulos para ser madres el día de mañana. Lo cual quiere decir que no es que no quisieran ser madres ahora, sino que eligen no serlo por cuestiones personales, posiblemente para no criarlo solas.
La investigadora también llega a la conclusión de que esa forma de relacionarte con el otro, de estar cerca, se modificó, y considera que el gran problema que tiene la sociedad actual, en todos los órdenes de la vida, es la soledad. “Estamos hiperconectados, pero muchas personas a pesar de esa hiperconexión están solas -enfatiza- y la soledad es una enfermedad social, porque muestra de alguna manera nuestra incapacidad de relacionarnos con el otro, de fortalecernos en el otro, de vincularnos de mejor manera”. Además, remarca que esa soledad se vive a pesar de estar en una sociedad, a pesar de estar acompañado, y no se elige.
Un pasito para atrás y no doy ninguno más

Para ilustrar mejor cómo las familias cambiaron su forma, Bolzon cita a la profesora española Dolores López de la Universidad de Navarra, quien describe que antes las familias eran como esos árboles con un cono de ramas, cada una de esas eran muchas familias, y un montón de hojas. Pero, de a poco, se van haciendo más finitas, cada vez con menos hijos. Esto implica que ni siquiera entre las familias se dan vínculos. La autora considera que la manera en que ha cambiado nuestra forma de relacionarnos -en todo sentido- “nos empobrece como personas, y nos empobrece como sociedad”.
Como si fuera poco, nos encontramos en una época de cambio constante, lleno de crisis de todo tipo (económicas, sociales, laborales), donde nada parece estar asegurado. La gente se preocupa por cómo mantenerse a flote en un futuro cada vez más incierto, y nadie logra sentirse completamente seguro donde está parado hoy. En ese marco, tiene sentido que pensar en algo tan importante como un hijo suena como una locura.
Bolzon remarca que siempre las crisis económicas nos ponen de un humor muy particular, porque atravesar las situaciones de pobreza son difíciles, y entonces “vas notando cómo la gente está más exacerbada, discuten con más facilidad por cualquier cosa”, y eso nos aleja, aunque esto es justamente lo que debería despertar todavía mayor solidaridad con el otro.
“La familia debería ser ese espacio donde vos siempre, te pase lo que te pase, puedas volver a tener ese vínculo, esa fortaleza”, remarca la investigadora. Sin embargo, luego de todo lo dicho, ¿Podemos afirmar que hoy la familia es un lugar de apoyo?
¿Y saben lo que pasó?
Respecto a posibles soluciones para la baja natalidad, Bolzon aclara que a nivel nacional siempre hay alguna idea, pero queda relegada por otras prioridades, especialmente económicas. Hay políticas locales en la Ciudad de Buenos Aires (la ciudad más envejecida de todo el país y donde menos niños nacen) con las cuales se están empezando a implementar algunos proyectos, pero necesitan un trabajo importante de articulación entre distintas áreas del gobierno para generar realmente políticas pro-familia y pro-jóvenes.

¿Buscarle una solución a esta problemática no sería una prioridad económica? El tema del desarrollo de la población -explica la investigadora- está alineado con el desarrollo del país: si se quiere que un país se desarrolle, sobre todo a nivel de mayor producción, capacidades laborales y profesionales, tener una población demasiado reducida limita las capacidades del país. Se suele escuchar en la política que tener menos hijos equivale a una reducción de la pobreza, pero Bolzon asegura que “no hay relación directa entre cantidad de población y pobreza”, al contrario, se necesita gente para generar más riqueza para que todos vivamos mejor.





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