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LA ODISEA DE APRENDER

  • Alison Molina
  • 3 jul
  • 4 Min. de lectura

Indicadores oficiales muestran un deterioro sostenido en el nivel de aprendizaje, junto con condiciones precarias y crecientes desigualdades. ¿Puede el sistema reencontrar el rumbo?


Como Odiseo perdido entre tormentas e islas, millones de profesores y estudiantes argentinos deben atravesar un sistema educativo sin un puerto seguro, donde la calidad del aprendizaje cae año tras año. En consecuencia,el viaje educativo parece alejarse de su destino original: el derecho al conocimiento.


Estos no son errores de navegación menores, sino señales de declive.


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En las pruebas Aprender del año pasado el resultado fue elocuente: un 51,7 % de los estudiantes alcanzó un nivel satisfactorio en Lengua —es decir, apenas 5 de cada 10 jóvenes— y solo un 20,5 % en Matemática: tan solo 2 de cada 10.


El experto en educación y ex rector del Colegio Nacional Buenos Aires Gustavo Zorzoli plantea la necesidad de una transformación educativa del nivel secundario, debido a que se encuentra en un punto de inflexión por tener que dar respuestas al futuro pero solucionar la profunda crisis arrastrada hace mucho tiempo.

Zorzoli explica que la primaria tiene serias dificultades, porque se creía que venía haciendo lo que había hecho siempre, que es alfabetizar. Sin embargo es tal la crisis que casi la mitad de nuestros niños de 3° grado, después de dos años de nivel inicial y tres de primaria, no pueden leer y escribir. “Casi la mitad de los que terminan 6º grado no interpretan un texto simple”, sostiene.


El referente de Argentinos por la Educación expresa que otro factor relevante es la tensión por una disputa muy fuerte con los gremios docentes, que en Argentina tienen un poder enorme.


La travesía docente

El aula se ha vuelto su barco, y cada jornada un intento de mantener el rumbo en medio de un sistema que muchas veces parece hecho para naufragar. La docencia, entonces, no es sólo enseñar, sino sostener.


Para ponerle rostro a ese viaje invisible Elemental, Ramón conversó con Laura Núñez, licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UBA, con tramo pedagógico en el Colegio Granaderos de Morón, postítulo en Enseñanza y actualmente docente en seis escuelas secundarias:“Ningún docente puede ser 100 % efectivo en estas condiciones, todo el tiempo te están pidiendo informes y estrategias, pero eso no se valora ni siquiera en lo económico”, aseguró Núñez “No concuerda lo que nos piden desde el Ministerio con lo que pasa en las aulas”, agrega.


Las evaluaciones nacionales ponen el foco en los resultados estudiantiles, pero quienes enseñan en condiciones adversas quedan fuera de foco, es una odisea silenciosa que rara vez registran los censos: jornadas interminables, salarios fragmentados e inestabilidad.

“El nivel secundario actual, para mí, está en decadencia. Y lo veo así en general porque la educación es un reflejo de lo que es la sociedad”, describe la docente, basándose en su experiencia cotidiana en seis instituciones: escuelas colapsadas, falta de recursos, sobrecarga laboral y una estructura que ya no contiene.


Según la licenciada, “la escuela ahora se convirtió en un lugar de contención, pero el docente no está acompañado por reglas ni por una estructura institucional que lo respalde” y agrega: “El sistema actual no apoya al docente ni acompaña, las ideas estan bien pero no son aplicables en el momento argentino que vivimos hoy”. Relata como que hay estudiantes que no siguen reglas de convivencia simples.


Educación en tiempos de encierro

Ya pasaron alrededor de cinco años desde que finalizó el aislamiento social preventivo y obligatorio (ASPO) por la pandemia del COVID-19, pero sus consecuencias en las escuelas siguen presentes al dia de hoy. Núñez relata cómo durante el encierro todos los actores educativos debieron adaptarse al uso intensivo de plataformas digitales como Zoom, Google Meet o Classroom, lo que supuso un enorme sobreesfuerzo.


La pandemia no solo interrumpió la presencialidad: disminuyó los vínculos entre alumno, docente y familia. Según un informe de CIPPEC, el regreso a las aulas no implicó una verdadera continuidad educativa, sino el intento de recuperar el tiempo perdido. Muchos estudiantes volvieron con una relación frágil con la escuela, con hábitos de estudio casi nulos, aprendizajes vacíos y una desmotivación persistente.


Para los docentes, la tarea se volvió más compleja: ya no se trataba sólo de enseñar, sino de reconstruir y adaptarse a un contexto ahora atravesado por las nuevas tecnologías en las aulas.


Brecha social

Navegar la escuela secundaria en la Argentina no es la misma travesía para todos. Mientras algunos estudiantes zarpan con brújulas precisas, timones firmes y vientos favorables —es decir, entornos familiares estables, acceso a recursos, acompañamiento y escuelas consolidadas—, otros apenas logran mantenerse a flote en un mar de desigualdades que los empuja hacia la deriva.


Esto quedó reflejado en los resultados de la evaluación Aprender: el origen socioeconómico y el lugar de residencia incidieron fuertemente en el rendimiento de los estudiantes, con diferencias marcadas entre escuelas privadas y estatales, y entre zonas urbanas y rurales.


En contraposición, cuando le preguntamos a Laura Nuñez sobre el tema, afirma que no nota diferencias puntuales entre sus alumnos de escuelas privadas y públicas, en ambas instituciones nota un igualamiento negativo en los últimos años, donde los estudiantes no tienen una comprensión lectora que se espera y no son conscientes de sus errores, aun siendo marcados.


En definitiva, la escuela secundaria argentina transita su propia Odisea: un viaje incierto en el que docentes y estudiantes enfrentan tempestades cotidianas sin brújula ni puerto claro. Cada jornada en el aula se convierte en una lucha por sostener el aprendizaje en medio de la desmotivación, el cansancio y la fragmentación del sistema.


La pandemia no hizo más que profundizar grietas ya existentes, dejando al descubierto la urgencia de repensar las condiciones reales en las que se enseña y se aprende. Las voces y los datos coinciden: no alcanza con evaluaciones ni reformas de superficie.


Hace falta una transformación profunda que revalorice la tarea docente, reconstruya el vínculo con los estudiantes y devuelva sentido al viaje educativo. Aun a la deriva, el sistema todavía puede reencontrar su rumbo. Pero para eso, alguien —o muchos— deberán tomar el timón.


Fuentes



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