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LOS EFECTOS PSICOLÓGICOS DEL BULLYING

  • Soraya Mendoza
  • 11 jul
  • 3 Min. de lectura

Informes de la ONG Bullying Sin Fronteras ubican a Argentina en el tercer puesto de esta problemática, debido al gran número de personas con daños físicos, verbales y psicológicos.


No es novedad que desde hace ya varios años han venido en aumento los distintos casos de bullying que ocurren en todo el mundo. Con el advenimiento y el uso masivo de las tecnologías, este fenómeno ha mutado y ganado alcance al mismo tiempo que invisibilidad. El psicólogo y pionero mundial en la investigación sobre el acoso escolar, Dan Olweus, define al bullying como la exposición de un individuo repetidamente a acciones negativas o molestas por parte de una o más personas, sin la capacidad de defenderse. Esta práctica, al trasladarse al entorno digital, ha dado lugar al llamado ciberbullying, una forma de violencia anónima, rápida y global. 


Tan solo en la Ciudad de Buenos Aires, un estudio realizado por el Ministerio Público Tutelar de CABA, reveló que los casos de bullying y ciberbullying han escalado hasta alcanzar al 66,2% de los menores de edad que sufren este tipo de violencias, y de ellos, un 77,2% ocurren en el ámbito escolar mientras que el 37,8%, en las redes sociales. 

En este sentido, la salud mental se convierte en un factor fundamental para garantizar el bienestar presente y futuro de los más jóvenes. El Doctor en Psicología y especialista en psicología educacional, Santiago Resset, advierte que el foco del bullying se encuentra en la asimetría que surge en el grupo de pares que puede responder a diversos factores.


Foto extraida de Unsplash
Foto extraida de Unsplash

El perfil del agresor 

Desde el punto de vista psicológico, las personas que ejercen el bullying presentan un patrón de conducta particular. “Son sujetos con una personalidad que se llama desviada”, enfatiza Resset, y añade que este tipo de personas presentan un trastorno de problemas de conducta, con una necesidad de transgredir las normas.


Castro Alejandro Santander y Cristina Reta Bravo, en su libro "Bullying blando, bullying duro y ciberbullying" (2020) , personifican el perfil psicológico del agresor como alguien irrespetuoso, desafiante, que busca dominar sin poseer control de sus sentimientos de enojo y se muestra insensible ante el sufrimiento de los demás.


El perfil de la víctima

Por otro lado, la figura de la víctima se manifiesta en un aspecto más pasivo y vulnerable. Según Resset, “la víctima, por lo general presenta bajas habilidades, cuestiones psicológicas, timidez, ansiedad, discapacidades físicas, baja autoestima y no sabe cómo integrarse”


“Este perfil emocional – remarca – hace que seas objetivo de bullying, pero a la vez, al hacerte bullying, esos problemas emocionales se incrementan”. Las consecuencias psicológicas son tales que llegan a desarrollarse síntomas de depresión, ansiedad, retraimiento social y, en casos extremos, ideaciones suicidas.

 

Foto de @La Fabbrica Dei Sogni en Unsplash
Foto de @La Fabbrica Dei Sogni en Unsplash

¿Una ley del más fuerte?

Desde una perspectiva simbólica, el bullying se convierte así en la manifestación moderna del darwinismo social, concepto desarrollado por Herbert Spencer a partir de la Teoría de la Evolución de Charles Darwin, donde los agresores, en una posición de poder prosperan, mientras que las víctimas, quienes suelen ser los más débiles, se quedan atrás. Sin embargo, lejos de responder a una ley biológica, esta práctica responde a factores psicológicos y emocionales que competen tanto al acosador como a la víctima.


¿Cómo actuar frente a este fenómeno?

Si bien tanto niños como adolescentes pueden ser víctimas de bullying, se observa un incremento significativo durante la adolescencia, especialmente en la etapa escolar secundaria. Por consiguiente, y frente al reporte anual de 50,250 casos de bullying y ciberbullying revelados por la ONG Bullying Sin Fronteras, surge la inevitable pregunta acerca de qué hacer para combatir estas problemáticas en constante crecimiento.


“Esto va a cambiar si empezamos a monitorear y advertirle a los agresores su comportamiento”, manifiesta el psicólogo.

A esto suma la necesidad de intervenir en capacitaciones para el personal docente de las distintas instituciones educativas, así como reforzar el rol fundamental de las familias en el acompañamiento y monitoreo del comportamiento de sus hijos.


Hacer visible el problema y actuar con compromiso tanto institucional como afectivo es el primer paso para enfrentar un fenómeno que actúa en silencio, pero deja huellas profundas.


Fuentes:




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