TANGO QUE MUTA
- Valentina Torcisi
- 19 nov
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 25 nov
En un contexto donde la Ciudad impulsa al tango como política cultural, económica y turística, las nuevas generaciones desplazan el género hacia otros territorios simbólicos.
Buenos Aires se viste de dos por cuatro. Un ícono de la ciudad que se reversiona para todas las generaciones. Las calles llenas de historia, de música, de turistas que visitan la ciudad mágica de Carlos Gardel y de porteños que reivindican los legados de sus mayores. El tango es un símbolo cultural que se transmite de generación en generación, pero ¿cómo lo adaptan las nuevas juventudes?
Cada agosto, la Ciudad celebra el Festival y Mundial de Tango, una cita que no sólo tiene valor cultural, también es una muestra de cómo el género sigue vigente, aunque su público y sus formas van mutando.
La investigadora del CONICET Dra. Marina Tortul estudió, junto a la Lic. en economía Viviana Leonardi, el impacto económico del festival de 2019. Su trabajo, publicado en la revista Periférica Internacional, analiza al tango como símbolo cultural y motor productivo.
“El festival generó cerca de 680 millones de dólares en la economía porteña - explica Tortul- lo que representa el 0,6 por ciento de la producción anual de la Ciudad de Buenos Aires”. En este sentido, la socióloga sostiene que el Estado comenzó a mirar al tango “más allá de lo artístico”, mediante la incorporación en las políticas culturales y turísticas.
"El Gobierno de la Ciudad dejó de pensar al tango únicamente como una expresión cultural o un rasgo identitario de unos pocos, y empezó a considerarlo una actividad económica con potencial de desarrollo”, señala la autora.
De las calles a la industria cultural
La investigadora pone el foco en un punto clave: el impacto del festival en su público. Según el relevamiento, el 31 por ciento de los asistentes tenía entre 18 y 30 años. “No es el grupo mayoritario, pero eso muestra una renovación generacional y una presencia sostenida en espacios no tradicionales”, explica la científica.
Esa transformación está ligada a los nuevos modos de consumo cultural. “El tango, históricamente social y territorial, hoy se deslocaliza. Puede aprenderse, bailarse o difundirse desde una pantalla. Las redes sociales y las plataformas digitales abren nuevos modos de participación, sobre todo entre los jóvenes”, afirma.
Las nuevas generaciones se acercan al tango como una representación cultural contemporánea, más allá de las milongas tradicionales. Lo hacen a través de plataformas digitales y de fusiones con otros sonidos. La difusión en internet, los cruces con la música electrónica o el cine, y la aparición de colectivos de tango queer o fusión amplían las fronteras del género. Para Tortul, estos fenómenos no significan una pérdida de autenticidad: “El tango cambió de lugar, pero no desapareció. Se adapta a las nuevas sensibilidades culturales”.
En este corrimiento hacia lo digital, también aparecen apropiaciones que vienen desde otros géneros. Un ejemplo es “Odiame”, la canción de la cantante Cazzu, que toma la estética del género y la lleva al universo urbano contemporáneo. Su lectura del tango no pasa por la tradición milonguera, sino por la carga emocional y simbólica que sigue interpelando a las nuevas generaciones, incluso en escenas musicales completamente diferentes.
Dentro de estas nuevas sensibilidades también emergen colectivos jóvenes, como La Empoderada Orquesta Atípica, que desde una mirada contemporánea y diversa reinterpreta el tango con arreglos nuevos, presencia fuerte en redes y una propuesta escénica innovadora. Su crecimiento demuestra que la renovación no depende únicamente de sostener las milongas tradicionales, sino de habilitar espacios donde el género dialogue con agendas actuales y con formas de producción cultural propias del siglo XXI.

El tango como muestra de identidad y orgullo

El estudio concluye que el Festival Buenos Aires Tango dinamiza la economía y refuerza el orgullo local. Más del 85 por ciento de los residentes encuestados lo percibe como un evento que fortalece la identidad porteña. “Buenos Aires se promociona a través del tango, y el tango se sostiene gracias a la imagen de Buenos Aires. Ese vínculo recíproco lo convierte en una herramienta de proyección cultural y también en una forma de pertenencia colectiva”, considerara Tortul.
Cada generación construye su propio lazo con el tango. “En los jóvenes, la relación no pasa tanto por la práctica cotidiana, sino por el reconocimiento simbólico. Lo sienten como parte del ADN cultural argentino, aunque no sea la música que escuchen todos los días”, reflexiona.
Más de un siglo después de su nacimiento, el tango sigue bailando con el tiempo. Cambia de escenarios, de públicos y de sonidos, pero mantiene su esencia: la de un lenguaje que une memoria, identidad y territorio.
El Tango BA Festival y Mundial volvió a mostrar cómo el tango sigue moviendo la escena cultural porteña. Durante dos semanas, hubo actividades por toda la Ciudad: clases, shows, milongas, obras y encuentros en espacios culturales, barrios y parques en más de 500 sedes.
Además de la cantidad de propuestas, se destacó la presencia de más de dos mil artistas locales e internacionales, que le dieron variedad y energía al festival. Más que un evento, fue una forma de ver cómo el tango hoy se sostiene, más allá del turismo, y crece gracias a una red diversa de proyectos y comunidades.
A esta amplitud artística, se sumó la dimensión participativa: miles de personas circularon por las actividades gratuitas, mientras que la competencia oficial convocó a parejas de más de cincuenta países.

Esta masividad convive con transformaciones más sutiles, pero igual de significativas. Una parte importante del público joven no se acerca al tango desde la práctica tradicional, sino desde los consumos digitales. Muchas de las propuestas del festival se siguieron por streaming, redes sociales o plataformas donde los clips breves, los behind the scenes y las performances grabadas funcionan como puertas de entrada.
“La deslocalización aparece acá con claridad: el tango ya no necesita del salón para circular”, aclara la investigadora.
La edición de este año también reforzó espacios donde el género dialoga con agendas contemporáneas. Nuevas milongas con otras identidades, formatos que mezclan tango con otros lenguajes, experiencias escénicas híbridas y grupos jóvenes que renuevan el sonido mostraron cómo distintos colectivos están resignificando la forma de bailar, de escuchar y de habitar el tango. Estos gestos no rompen con la tradición: la reponen desde nuevas sensibilidades.
Para este género musical, una de las claves del presente es esa convivencia entre el patrimonio y la renovación cultural. Las fusiones con electrónica, la presencia de artistas urbanos que recuperan el imaginario tanguero y la consolidación de colectivos, muestran que el tango no se sostiene repitiéndose, sino interpretándose.
Hoy, el tango en la Ciudad sobrevive por el festival y la capacidad de mutar sin perder su raíz, lo que a su vez genera ingresos económicos. Sigue viviendo en los barrios, en los teatros, en los colectivos emergentes, en los escenarios internacionales y en los celulares de los jóvenes. Es memoria y, al mismo tiempo, presente. Es herencia y es reinvención.
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