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COMER CON LAS EMOCIONES

  • Foto del escritor: Julieta O´Gorman
    Julieta O´Gorman
  • 25 nov
  • 3 Min. de lectura

Estrés, ansiedad y tristeza influyen en las decisiones alimentarias y reflejan cómo el contexto social y cultural moldea nuestra relación con la comida. 


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En la actualidad, comer dejó de ser un acto biológico para transformarse en una experiencia atravesada por lo emocional, lo social y lo cultural. Las emociones influyen en lo que elegimos, en cuánto comemos y hasta en cómo nos sentimos después de hacerlo.

“La alimentación y las emociones están absolutamente interrelacionadas; no se pueden separar porque una se autorregula con la otra”, afirma la licenciada en Nutrición Sabrina Molina, quien sostiene que la salud debe entenderse como una unidad entre cuerpo y mente.



Según un estudio del CONICET, “Emociones y alimentación: una mirada desde la psicología de la salud”, las emociones cumplen una función reguladora del comportamiento alimentario. En momentos de angustia o ansiedad, comer puede transformarse en una forma de consuelo o escape.


“La comida se transforma en un sustituto simbólico del afecto, funcionando como un regulador externo de emociones internas no gestionadas”, detalla la investigación. Así, tanto el exceso como la restricción de alimentos pueden convertirse en respuestas a carencias emocionales.

Molina confirma esta observación desde su práctica clínica: “He visto que ante situaciones límite, muchas personas buscan subsanar la frustración o el dolor a través de la ingesta. Del mismo modo que otros lo hacen con distintos vicios. Pero no todos reaccionan igual: algunos comen de más, otros directamente pierden el apetito”.


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Hambre real o hambre emocional

Uno de los mayores desafíos para los profesionales de la nutrición es ayudar a sus pacientes a reconocer cuándo el hambre es física y cuándo responde a una emoción.

“Si una persona dice tener hambre poco después de comer, probablemente no sea hambre real, sino una respuesta emocional”, explica la especialista quien observa que . “En las consultas, suelen detectarse patrones repetitivos. “Me, me dicen ‘estaba aburrido y vi unas galletitas’, y eso no es hambre, es una reacción emocional asociada al entorno”, comenta.


Un segundo estudio del CONICET, “Regulación emocional y alimentación”, refuerza esta idea, ya que afirma que el hambre emocional es una respuesta aprendida que busca aliviar sensaciones negativas de manera inmediata. El estrés, las jornadas extensas y la exposición constante a imágenes de comida amplifican este comportamiento.



Redes sociales y entorno

El contexto sociocultural también juega un papel central. En Argentina, las redes sociales y los estereotipos corporales generan presiones que impactan directamente en la alimentación.


Molina Sabrina M. advierte sobre “la falta de regulación en redes sociales, donde influencers sin formación difunden dietas o estilos de vida que no son adecuados para todos. Eso genera frustración o conductas alimentarias dañinas”.


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En la misma línea, un artículo de Redalyc, “Cultura alimentaria y emociones en tiempos digitales”, señala que las redes han intensificado la presión estética, afectando la autoimagen y promoviendo hábitos restrictivos.


La también docente destaca el peso de los factores económicos: “Uno copia lo que vive en su casa. Si el entorno promueve una alimentación saludable, eso se replica. Pero si el contexto es deficitario, la dieta estará condicionada por la economía”.


Un enfoque que une cuerpo y mente

Frente a este panorama, los especialistas coinciden en que es necesario un abordaje interdisciplinario. “Los nutricionistas trabajamos desde lo físico, pero hay cuestiones emocionales que deben ser tratadas por psicólogos. Es un trabajo conjunto”, explica Molina.


Esa mirada integral cuestiona el modelo tradicional del sistema de salud, que tiende a separar mente y cuerpo, y propone una comprensión más profunda de los trastornos alimentarios.




Comer también es sentir

La conexión entre emociones y alimentación es tan humana como inevitable. En momentos de tristeza, el alimento puede representar refugio; pero cuando las emociones dominan, pueden aparecer consecuencias negativas para la salud.


“La cabeza y el cuerpo no pueden ir por separado. Lo que comemos y cómo nos sentimos están directamente conectados”, resume Sabrina.


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Promover una nutrición que contemple las emociones y el contexto social es clave para lograr un bienestar real, porque alimentarse bien no solo es cuidar el cuerpo, también es cuidar lo que sentimos.

2 comentarios


luisa potenza
luisa potenza
26 nov

Súper interesante este artículo! Lo recomiendo 🙏🏻

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Yamil Gómez
Yamil Gómez
25 nov

Parece buena nota! Te felicito!

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