EL COSTO INVISIBLE DEL CUIDADO COMUNITARIO
- Candelaria Lacquaniti
- 18 nov
- 5 Min. de lectura
El trabajo no remunerado representa casi el 16% del PIB argentino, pero sigue recayendo principalmente en mujeres que sostienen el cuidado sin salario.

En un barrio del conurbano, Alicia, como tantas otras mujeres, organiza el almuerzo en silencio. No tiene uniforme ni horario, pero cada día alimenta a decenas de familia, sin salario, ni descanso. Su historia es un reflejo de la realidad cotidiana de muchas otras. Además de sostener el comedor, acompaña a las vecinas que atraviesan situaciones de violencia, a través de redes de cuidados tejidas en los lugares más vulnerables.
A pesar de los avances recientes de discursos feministas, que posicionan el tema en la agenda pública, cuidar a otros sigue siendo una tarea desigual, precarizada e invisibilizada. Así lo señala la investigadora del CONICET, Carolina Rosas, quien demuestra en sus estudios como “el cuidado comunitario recae de manera desproporcionada sobre las mujeres de barrios populares”.
La estructura económica y política sigue descansando sobre la idea de que el cuidado es una responsabilidad privada. “Todavía se lo piensa como algo que ocurre dentro de la familia o entre mujeres solidarias, y no como una función social esencial”, explica la especialista en temas de género y políticas sociales.
Históricamente, las políticas sociales en Argentina vinculan las tareas comunitarias con las responsabilidades domésticas, lo que refuerza la idea de que el cuidado es una capacidad “natural” de las mujeres. “Desde niñas, las mujeres son socializadas para cuidar: cuidar a hermanos, a personas mayores, a la casa. Esa idea de que las mujeres “saben cuidar” o “nacen para cuidar” es una construcción sociocultural”, sostiene la cientista social.
Las responsabilidades de cuidado dependen, en gran medida, de la solidaridad de quienes las asumen. Esta dinámica plantea la necesidad de repensar el papel del Estado en su reconocimiento.
Estas experiencias muestran que el cuidado comunitario no se limita solo a tareas domésticas, sino que abarca también la contención emocional y la intervención ante otras problemáticas sociales. En esos gestos cotidianos, se sostiene una red invisible de cuidado.

Las manzaneras en capacitación
Según datos del INDEC, en 2025 el trabajo no remunerado representa aproximadamente el 15,9% del PIB argentino. Este sector incluye tareas domésticas y de cuidado, esenciales para la economía, aunque todavía permanecen fuera del sistema formal. Sin ese cuidado, el resto no podría funcionar.
Las llamadas “cuentas satélites” son herramientas estadísticas que permiten medir actividades económicas que no aparecen del todo en las cuentas nacionales tradicionales, tales como el PBI. Se llaman así porque complementan al sistema central, con el objetivo de aportar datos más detallados sobre sectores específicos.
Según la CEPAL, si ese trabajo se valorara económicamente, representaría entre un 15% y un 25% del PIB en muchos países de América Latina.

El peso desigual del cuidado
El caso de las “manzaneras del Plan Más Vida”, implementado en la Provincia de Buenos Aires desde los años noventa, es un ejemplo de esta problemática. Se trata de un programa que busca brindar sustento a mujeres embarazadas y niños/as en situación de vulnerabilidad, mediante la entrega de alimentos o una tarjeta de compra.
El plan consiste en mujeres que acompañan embarazos, distribuyen alimentos y detectan situaciones de violencia o carencia. Lo hacen todos los días, muchas veces sin recursos ni apoyo, motivadas por la empatía o la necesidad.
Las encargadas de estas tareas funcionan como puente entre el Estado y las familias más vulnerables. Se las llama “manzaneras”, debido a que su tarea consiste en que una mujer por “manzana” se encarga de la distribución de alimentos a las familias que lo necesiten.
Estas trabajadoras vecinales cumplen un rol clave en el sostenimiento de la vida comunitaria, pero en condiciones marcadas por la informalidad y la falta de reconocimiento. Su figura muestra tanto la potencia organizativa de los barrios como los límites para transformar las desigualdades que las atraviesan.
En el artículo académico Cuidado comunitario, políticas públicas y racionalidades políticas: El Estado y las trabajadoras vecinales de la Provincia de Buenos Aires, Argentina se analiza el rol de las trabajadoras vecinales de este Plan para comprender cómo se organiza el cuidado en los sectores populares y quiénes lo sostienen cuando no hay remuneración de por medio.
“En ellas se condensaban muchas tensiones entre Estado, comunidad y familia -señala la socióloga-. Me interesaba entender cómo llegaban a asumir ese rol, cómo lo vivían y cómo lo articulaban con sus propias trayectorias de vida.”
La investigación de campo -realizada entre 2015 y 2019- surgió de la necesidad de comprender cómo se sostenía, en la práctica, la vida cotidiana en los barrios populares. En ese contexto, las “manzaneras” aparecían como una figura clave: mujeres de sectores populares que, sin ocupar cargos formales, se encargaban de distribuir alimentos y acompañar en temas de salud o crianza.
En los barrios son principalmente las mujeres quienes sostienen las tareas cotidianas que garantizan el bienestar de la comunidad: no solo cuidan a sus propias familias, sino también acompañan, coordinan comedores, gestionan recursos y garantizan la asistencia básica en contextos de vulnerabilidad social. El trabajo de cuidado sigue estando profundamente feminizado y desigualmente distribuido.
Repensar el cuidado como derecho
En los últimos años, los feminismos y movimientos sociales han logrado instalar el debate sobre la “economía del cuidado". Como plantea Rosas, “cuidar es sostener la vida, pero también es sostener un sistema desigual que se apoya en el esfuerzo invisible de las mujeres”.
Visibilizar implica reconocer lo que hacen, así como repensar qué tipo de Estado y de sociedad queremos construir. Para la investigadora, el desafío pasa por “valorar” el cuidado, pero sobre todo entenderlo como parte del funcionamiento social. Su estudio advierte que, sin recursos ni políticas adecuadas, las tareas de cuidado continúan reproduciendo desigualdad, especialmente entre las mujeres de sectores populares.
El desafío es cultural, político y económico: desprivatizar el cuidado y dejar de asumir que las mujeres están “naturalmente” destinadas a hacerlo. En ese sentido, varios países latinoamericanos ya tienen avances al respecto. Por ejemplo, según CEPAL y ONU Mujeres, Uruguay fue pionero en reconocer el trabajo de cuidados como una función social. Por otro lado, Panamá aprobó en marzo de 2024 la Ley 1038 para crear un sistema nacional de cuidados.
Estas iniciativas muestran que la materialización de esta agenda depende de políticas que reconozcan, redistribuyan y financien el cuidado. Mientras tanto, en los barrios del conurbano, las mujeres son quienes siguen sosteniendo lo esencial: la vida cotidiana. Y, aunque el reconocimiento llegue tarde, está demostrado que, sin ellas, nada funciona.
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Fuentes:





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