FLEXIBLES, PERO ¿A QUÉ COSTO?
- Analuz Rey
- 25 nov
- 4 Min. de lectura
“Qué suerte, ahora trabajo desde casa”. Esa frase, repetida con entusiasmo en los primeros meses de 2020, hoy suena más a un chiste interno que a una ventaja laboral. Lo que empezó como una promesa de pijama, mates y libertad horaria terminó convirtiéndose en el escenario perfecto para reuniones eternas, mails nocturnos y la sensación de que el trabajo se mudó al sillón. Literalmente.
Durante la pandemia, el teletrabajo prometía comodidad y equilibrio entre la vida personal y laboral. Pero lo que empezó como solución práctica terminó impactando la salud mental, los vínculos y la organización del hogar. Investigaciones recientes en Argentina muestran que la flexibilidad llegó acompañada de nuevas tensiones, sobre todo en quienes enfrentan múltiples responsabilidades a la vez.
Entre la comodidad y la carga invisible
La psicóloga Silvana González, de la Facultad de Psicología y Relaciones Humanas, investigó el impacto psicosocial del teletrabajo en su trabajo de maestría El Teletrabajo en Argentina, combinando entrevistas con trabajadores de distintos sectores y revisión bibliográfica de estudios recientes. Su análisis expone cómo la superposición entre vida doméstica y laboral desdibujó los límites del tiempo libre: jornadas que se extendían más allá de las ocho horas, disponibilidad permanente y una sensación de encierro que, paradójicamente, llegó con la libertad de trabajar desde casa.
Antes de la pandemia, apenas el 17% de los asalariados en Argentina trabajaba de manera remota, según un informe del CIPPEC. Con el aislamiento, esa cifra se multiplicó y llegó al 45% en algunos sectores de servicios y educación. Si bien la modalidad permitió sostener la productividad, también profundizó desigualdades estructurales: el 35% de las mujeres tenían ocupaciones potencialmente teletrabajables frente al 21% de los varones. La consecuencia fue clara: ellas asumieron mayor carga de cuidado y tareas domésticas, más allá de su jornada laboral.
Según González, el teletrabajo “generó efectos negativos en la salud física y psíquica, sobre todo en mujeres con responsabilidades familiares”. Los testimonios de su investigación describen fatiga constante, dificultad para concentrarse y sentimientos de culpa por no “rendir” en ninguno de los frentes.
Por su parte, la psicóloga laboral Cecilia Cando, entrevistada por Elemental Ramón, advierte que los principales síntomas detectados en teletrabajadores argentinos son ansiedad y depresión. “El aislamiento y la hiperconectividad afectaron la capacidad de desconectarse. Muchas personas trabajan hasta la madrugada, duermen poco y sienten que deben responder siempre. Es el terreno perfecto para el agotamiento emocional”, explica.
Cando también destaca que las condiciones materiales —espacio, tecnología, rutinas— influyen directamente en la adaptación al trabajo remoto. “No es lo mismo tener un ambiente separado para trabajar que hacerlo desde la mesa del comedor con los chicos alrededor. La falta de estructura y movimiento físico incrementa el sedentarismo y los cuadros de estrés”.
A nivel internacional, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) advierte que la modalidad remota plantea nuevos riesgos psicosociales: dificultad para desconectar, soledad, sobrecarga digital y alteración del sueño.
En Argentina, un relevamiento del Centro LATAM Digital mostró que solo el 54,5% de los hogares contaba con computadora e internet al inicio de la pandemia, lo que condicionó la experiencia laboral remota y acentuó las brechas de acceso.
Otros estudios complementan esta mirada desde un enfoque cualitativo, como el de Rodrigo San Román Lucioni, Teletrabajo y salud mental ocupacional -publicado en 2024- en donde se analizaron encuestas aplicadas a trabajadores de distintos países de América Latina y se encontró un aumento significativo de estrés, insomnio y aislamiento social, asociados a la pérdida del entorno laboral y la exposición constante a pantallas. Su metodología combinó análisis estadístico con revisión teórica, aportando evidencia sobre cómo los factores emocionales se convirtieron en un nuevo desafío para la salud ocupacional.
Pese a las advertencias, tanto Silvana González como San Román Lucioni coinciden en que el teletrabajo también puede ser una herramienta positiva si se regula correctamente. Las claves, afirman, están en establecer límites horarios, garantizar el derecho a la desconexión digital y ofrecer acompañamiento psicológico.
Cando refuerza esta idea desde su experiencia en empresas: “Las organizaciones tienen que fomentar espacios habitables. No se trata solo de productividad, sino de salud: beneficios como pausas activas, licencias flexibles o aportes para gimnasios o terapias online hacen una diferencia real. El bienestar emocional es una inversión, no un gasto.”
El desafío, finalmente, es cultural. Los investigadores plantean que es necesario desarrollar nuevos marcos éticos y organizativos que contemplen las transformaciones del trabajo post pandemia.
El objetivo ya no es volver al modelo presencial anterior, sino diseñar un sistema híbrido que combine eficiencia y bienestar.
El teletrabajo no es enemigo, pero evidencia cuánto necesitamos cuidar nuestra salud mental y nuestro tiempo. Más allá de la comodidad de la oficina en pijama, el desafío está en construir rutinas que nos devuelvan el equilibrio: trabajar sin que la vida se vuelva un mail interminable.

Fuentes:
González, S. (2021). Impacto psicosocial del teletrabajo en Argentina durante la pandemia.
Centro LATAM Digital (2021). Desigualdades digitales en tiempos de pandemia en Argentina.





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