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LA PARADOJA DE LA HIPERCONECTIVIDAD: ¿MÁS SOLOS QUE NUNCA?

  • Tiago E. Santillan
  • 11 jul
  • 4 Min. de lectura

Un estudio reciente sugiere que el uso intensivo de redes sociales puede profundizar la soledad adolescente.

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En la penumbra de una habitación iluminada por el débil brillo de una pantalla, el silencio se convierte en la voz más potente. Adolescentes que ríen en selfies, pero callan en el encuentro real; conversaciones en mensajes que no alcanzan a rozar la calidez de una mirada. Y en este frío, muchos adolescentes se sienten más lejos que nunca.


Desde 2021, el uso de redes sociales entre adolescentes no deja de crecer. No se trata solo de una moda o de un cambio generacional: se trata de una transformación profunda en la forma de estar en el mundo, de vincularse, de mirar al otro, y también de mirarse a uno mismo. Los teléfonos dejaron de ser herramientas para convertirse en escenarios donde se construye identidad, pertenencia, deseo. En esa misma superficie, sin embargo, crecen también el aislamiento, la ansiedad, el insomnio, la tristeza.


En una entrevista a este medio, la neuropsicóloga Lucía Crivelli , sostuvo que “los adolescentes están hiperconectados a sus dispositivos, pero profundamente desconectados de la vida real”.


“Es un doble juego que los sobreestimula y, al mismo tiempo, los aísla. Pueden pasar horas interactuando en redes sociales, respondiendo mensajes, viendo contenido, pero muchas veces no logran mantener una conversación cara a cara o expresar lo que sienten fuera de la pantalla”, explica Crivelli.

Para la investigadora del CONICET, lo más preocupante es que este tipo de conexión no siempre es saludable; en realidad, en muchos casos, “reemplaza los vínculos reales y profundiza el vacío emocional.”


Según el último informe de UNICEF Argentina, más del 80 % de los adolescentes utiliza redes sociales todos los días, con una dedicación que en muchos casos supera las seis horas. Estudios recientes del CONICET y de organismos internacionales señalan que este nivel de conexión puede asociarse con síntomas depresivos, alteraciones del sueño y una baja en la autoestima.


¿Cómo se forja una identidad en la era de los algoritmos y los likes? Los adolescentes, en su eterna búsqueda de un lugar en el mundo, encuentran en las redes un espejo incesante, pero no fiel. Es uno que refleja una versión curada, embellecida, a menudo inalcanzable de lo que deberían ser. Cada post o cada historia es una performance, una autoexposición constante donde la autenticidad se diluye en la búsqueda de la aprobación.

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Cuando la respuesta esperada no llega, o cuando la vida real no coincide con la perfección expuesta en el feed, la frustración y la sensación de insuficiencia se instalan. Es ahí donde la autoestima, en lugar de fortalecerse, se vuelve frágil, dependiente de la validación externa y fugaz.


“Los adolescentes construyen su identidad en un contexto de exposición permanente, se muestran, se comparan y, sobre todo, buscan validación. Esto es muy delicado porque la autoestima en esta etapa de la vida es especialmente frágil, y depender de la aprobación externa puede dejar huellas muy profundas”, sostiene Crivelli quien agrega que la frustración aparece cuando esa validación no llega o no se ajusta a las expectativas creadas por los modelos idealizados en las redes., y, peor aún, si la comparación se lleva a cabo con vidas editadas, filtradas y “perfectas”.


Lucía Crivelli
Lucía Crivelli

Ver las vacaciones idílicas de un compañero, el festejo multitudinario de otro o el último logro académico de alguien más, puede generar una espiral de insatisfacción. Esta dinámica da lugar al FOMO —sigla en inglés de Fear of Missing Out, o “miedo a quedarse afuera”—, una de las emociones más comunes y menos visibilizadas en la experiencia digital adolescente. Se trata de una sensación de ansiedad o angustia que surge al ver que otros disfrutan, se relacionan o alcanzan logros mientras uno queda al margen.


El insomnio, por ejemplo, no es solo una consecuencia directa de la luz azul de las pantallas o de la estimulación constante. Según un estudio realizado en la Universidad de Buenos Aires (UBA) indica que también es reflejo de una mente que no logra desconectar, atrapada en la revisión obsesiva de lo que sucedió durante el día o en la anticipación de lo que podría suceder en las redes sociales.


El sueño, ese espacio reparador, se sacrifica en el altar de la hiperconectividad, alimentando ciclos de ansiedad y fatiga que impactan directamente en el rendimiento escolar, el estado de ánimo y la capacidad de gestionar las emociones.


Por otra parte, Crivelli revela que “cada vez recibimos más consultas por adolescentes que no pueden dormir, que se sienten irritables, que tienen ataques de ansiedad o que se aíslan incluso estando rodeados de gente”.


“Hay chicos que se despiertan varias veces por noche para revisar si alguien les escribió, si subieron algo nuevo, o simplemente para no ‘perderse de nada’". Esa necesidad de estar siempre disponibles, siempre al tanto, genera una fatiga mental enorme y un estrés sostenido que termina afectando todas las áreas de su vida: el rendimiento escolar, el humor, la relación con sus padres o sus pares.”, agrega.


El ciberacoso es quizás la cara más oscura de esta nueva socialización; lo que empieza con un comentario hiriente, una burla o la difusión de una imagen privada en redes, traspasa rápidamente la barrera de la pantalla y resuena en los pasillos de la escuela o en el grupo de amigos. La sensación de ser blanco de ataques anónimos (o no) y ver la propia intimidad expuesta, llega a generar un terror paralizante y un aislamiento forzado.


Según una encuesta realizada por UBA a adolescentes, el 23% de los encuestados afirmó que alguien en algún momento publicó fotos suyas que le daban vergüenza, mientras el 17% recibió burlas a raíz de esas fotos.
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No se debe pasar por alto este panorama; hay que trazar un camino hacia un uso más consciente y saludable de la tecnología. No se trata de demonizar a la tecnología, sino de comprender su impacto en los más chicos cuando no hay supervisión.


El primer paso para empezar a revertir esta situación es escuchar. Pero escuchar de verdad: sin juzgar, sin imponer, sin minimizar lo que les pasa. Los adolescentes necesitan que estemos presentes en su mundo digital, no desde el control, sino desde el acompañamiento", concluye la especialista en salud mental.

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