top of page

BAILAR PARA SANAR

  • Foto del escritor: Violeta Manigot
    Violeta Manigot
  • 19 nov
  • 7 Min. de lectura

Desde la investigación y la práctica terapéutica, la investigadora María Soledad Manrique reconoce el potencial de la danza para aliviar el estrés, mejorar el ánimo y fortalecer el vínculo con uno mismo.


Una mujer prende el estéreo en busca de distracción. La primera canción llena el aire y, casi sin pensarlo, empieza a moverse. Con cada paso, el cuerpo se organiza en armonía: los pies buscan el suelo, los músculos de las piernas impulsan el salto, el abdomen se tensa para mantener el equilibrio, la espalda se arquea, los hombros se abren, y los brazos giran pintando la música en el aire.


Con cada movimiento, el cerebro libera energía, enciende una lluvia de chispas que alivian la tensión acumulada. Los pensamientos alivian, la respiración se sincroniza con el pulso, y cuando la música se apaga, queda en silencio, con la piel tibia y una sensación de bienestar que no esperaba. Se siente liviana, como si el baile hubiera despejado algo más que la mente.


Lejos de los escenarios y los espejos, la danza también se cuela en lo cotidiano, en ese impulso profundamente humano de moverse y dejar que la música atraviese el cuerpo, aunque no haya público ni coreografía, como una respuesta instintiva que permite expresar y liberar lo que a veces no puede decirse con palabras. No es una sensación, la ciencia también confirma que existe una conexión invisible entre cuerpo y mente que convierte al movimiento en una herramienta poderosa para el bienestar emocional y la salud mental.


La danza es mucho más que una disciplina artística: es una experiencia que une cuerpo, mente y emociones. Bailando liberamos tensiones, transformamos nuestro estado de ánimo y nos reencontramos con nosotros mismos.

Cada vez más estudios y especialistas coinciden en que la práctica regular de la danza ayuda a reducir el estrés y la ansiedad, y a mejorar el estado de ánimo y la autoestima.


El poder de moverse para sentirse mejor


Más allá del disfrute o la práctica recreativa, existe una disciplina que trabaja directamente con esta conexión entre cuerpo, emoción y movimiento. ¿Escuchaste hablar de la Danza Movimiento Terapia (DMT)?


Se trata de un enfoque terapéutico que utiliza el movimiento como herramienta para promover la integración emocional, cognitiva y física de las personas, en donde bailar se convierte en una forma de comunicación y de cuidado de la salud mental.



La licenciada en Ciencias de la Educación y especialista en DMT, María Soledad Manrique, coordina un espacio en donde el objetivo es descubrirse a través del movimiento y la expresión, a través de herramientas del psicodrama y de la Danza Movimiento Terapia. Quienes participan de este espacio son, según define la especialista, neuróticos normales. Es decir, personas con “la patología de vivir en una ciudad en la sociedad de 2025”.


Un encuentro típico comienza con un momento de sensopercepción, que es el proceso por el que nuestros sentidos reciben información del mundo y nuestro cerebro la interpreta para que podamos entender lo que nos rodea. “Es un proceso terapéutico en sentido amplio”, explica Manrique, quien también desarrolla investigaciones en este campo en el CONICET y la Universidad de Buenos Aires.


El objetivo inicial es estar presentes en el cuerpo y en las sensaciones, para después comenzar a trabajar en duplas y así incorporar la mirada del otro. En ese momento algo cambia: el otro se vuelve un espejo que refleja lo que uno no puede ver por cuenta propia, y en ese intercambio los gestos se entrelazan y cada persona puede descubrir algo de sí a través de la mirada ajena. Mientras tanto, el grupo acompaña y sostiene ese proceso, ayudando a transformar lo que cada uno trae en una experiencia compartida.


Para finalizar, se busca fomentar la imaginación a través de la escritura de textos poéticos o la creación de dibujos con el fin de luego volcar eso a la danza, por lo que los trazos, las palabras o los colores se transforman en puntos de partida para nuevos movimientos. “A veces una participante dibuja y otra baila ese dibujo, otras veces alguien escribe un texto y su compañera lo interpreta con el cuerpo, o ambas lo hacen juntas”, describe Manrique.

 

Respecto a esta actividad, la especialista explica: “Todo lo que hacen son técnicas proyectivas, lo que hacen es, a partir de algún tipo de motor disparador, sacar de sí algo hacia afuera, y eso que sale es algo propio de la persona, que muchas veces no lo pondría en palabras”.


Cuando terminan los encuentros se evalúan las percepciones de las personas que participan: “Me dicen que se sienten muchísimo mejor, que les cambia la forma de verse a sí mismas, de encarar algunas cosas, que se sienten más aliviadas, con menos peso, con menos juicios críticos sobre sí mismas, como más libres de sentir”, relata la coordinadora.


Imágenes tomadas por María Soledad Manrique en una de sus clases


La clave está en el movimiento


¿Cualquier experiencia artística o creativa produce los mismos efectos? Manrique explica que, a diferencia de otras prácticas, la danza involucra directamente al cuerpo como medio de expresión y de transformación.

Mientras en la escritura o la pintura la emoción se canaliza a través de una obra externa, en la danza el cuerpo mismo se vuelve el instrumento y el espacio donde ocurre el cambio, lo que hace que el movimiento sea una experiencia profundamente liberadora y reparadora.

“En la danza, cuando estás fluyendo parece que el cuerpo es el que resuelve y no estás vos desde la cabeza dándole órdenes, ese estado es un estado de presencia precioso – recalca la investigadora – y estar un rato en ese estado te hace bien, porque lo más importante es lo que pasa cuando vos lográs bailar”.


Para la profesional, la salud no es la ausencia de conflicto, sino la posibilidad de moverse dentro de él, estar bien implica poder transitar distintas emociones sin quedar fijado en una sola, y la danza abre justamente ese espacio de flexibilidad. "Bailar - afirma - es una forma de creatividad que habilita la circulación de lo que sentimos y nos mantiene disponibles para la vida".


ree

Las experiencias individuales confirman que la danza no solo se estudia o se analiza: se siente. En los testimonios de quienes bailan todos los días aparecen las huellas más sinceras de ese vínculo entre movimiento y bienestar.


El poder terapéutico del arte


Sobre el manejo del conflicto a través del movimiento Manrique realizó una investigación en un hospital de día con pacientes con psicosis, una alteración mental que modifica la percepción de la realidad y puede hacer que la persona vea, escuche o interprete cosas de un modo diferente a como realmente son. Durante ese estudio coordinó talleres de danza y videodanza (un recurso artístico que combina danza y lenguaje audiovisual) y evaluó, posteriormente, el impacto de la actividad en la salud mental.


Mientras el grupo bailaba se llevó a cabo un proceso de filmación de las coreografías creadas que, con un trabajo de edición realizado por la misma investigadora, se convirtió en una obra audiovisual, en la que los pacientes pudieran verse a sí mismos y transformarse en espectadores de su propia creación.


Las personas con psicosis atraviesan dificultades como un pensamiento desorganizado, dificultades para concentrarse o planificas, y sensación de incapacidad o frustración. En ese sentido, Manrique recalca la importancia de lograr que se lleve a cabo un producto concreto para contrarrestar ese sentimiento de que “nada les sale y no pueden terminar lo que empiezan porque están interrumpidos por las medicaciones, por las internaciones y por miles de problemas”.

Los pacientes mostraron mayor estabilidad y deseo de asistir al grupo, por lo que con esta práctica se logró el reconocimiento del otro, se fomentó la creatividad y se fortalecieron los vínculos sociales. Estos resultados se midieron a partir de las notas de campo registradas durante los talleres semanales y del análisis de las reacciones y comentarios de los participantes al ver la videodanza finalizada. Se trató de una evaluación de tipo observacional y reflexiva, centrada en los cambios percibidos en la estabilidad emocional, la participación grupal y la autopercepción de los pacientes, lo que demuestra que el arte puede tener un valor terapéutico concreto en salud mental.

 

Aprender a sanar


Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de 970 millones de personas en el mundo viven con algún trastorno mental, con la ansiedad y la depresión como los más comunes. En el mismo sentido, un estudio del CONICET en Argentina revela que los trastornos de ansiedad afectan al 16,4 % de la población adulta y los trastornos del estado de ánimo al 12,3 %. Frente a estas cifras, es importante tener en cuenta el valor terapéutico de la danza vista como una alternativa cultural y transformadora, con la capacidad de ayudar a un público amplio y diverso.



¿De qué manera esta herramienta podría tener un lugar más visible dentro de las instituciones, especialmente en el ámbito educativo? La danza no solo favorece el bienestar físico, la ciencia demuestra que también estimula la creatividad, la percepción y la conexión con uno mismo y con los otros, dimensiones fundamentales para cualquier proceso de aprendizaje. Esto nos lleva a pensar sobre el lugar que se les da a estas prácticas en las escuelas.

“Las prácticas corporales y artísticas deberían tener un lugar predominante en todos los niveles de la educación”, subraya la investigadora, quien advierte que este aspecto “está muy descuidado” y que, con la presencia constante de los dispositivos móviles y la tecnología, “hay más necesidad de que eso esté contemplado como un contenido transversal a la educación”.

Existen en el mundo experiencias que demuestran que la integración de la danza en el ámbito educativo es posible. En el Reino Unido, la iniciativa de DanceEast busca llevar la danza al aula mediante el programa “Getting dance into classrooms”, que promueve alianzas entre artistas, docentes y escuelas para incorporar el movimiento de forma transversal en distintas materias. Esta propuesta combina prácticas corporales con recursos tecnológicos y enfoques pedagógicos innovadores, lo que muestra que la danza puede ser una herramienta de aprendizaje tan significativa como cualquier otra disciplina.


En México, el programa Aprender con Danza también se desarrolla dentro del horario escolar, en escuelas públicas del Centro Histórico de la Ciudad de México, donde niños y jóvenes de primaria y secundaria participan en clases de danza acompañadas por música en vivo, donde el cuerpo se convierte en un medio para explorar la creatividad, la expresión y la convivencia.


Incorporar experiencias como estas en el sistema educativo argentino permitiría ampliar la mirada sobre lo que se entiende por aprendizaje, aspecto que integra el cuerpo y la sensibilidad como dimensiones del conocimiento. Las prácticas de danza en las escuelas no solo favorecen la expresión y la creatividad, sino que también promueven la inclusión, la empatía y el bienestar emocional de estudiantes y docentes. Retomar y adaptar estas iniciativas a nuestro contexto sería un modo de fortalecer una educación más integral, que reconozca el valor del movimiento como parte esencial de la formación humana clave para la salud mental. La danza, al fin y al cabo, tiene el poder de transformar, acompañar y enseñar. Entonces, ¿qué pasos podríamos dar para integrarla plenamente en la educación y reconocer su valor como lenguaje que educa el cuerpo, la mente y las emociones?


Fuente:

"Expectación de sí: creación de un tercero en videodanza en contexto de salud mental". Manrique, María Soledad


Comentarios


bottom of page