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MUJERES + CIENCIA + INVESTIGACIÓN = DESIGUALDAD

  • Foto del escritor: Catalina D'Atri
    Catalina D'Atri
  • 25 nov
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 27 nov

Ellas son mayoría en muchas carreras científicas, pero siguen teniendo poca representación en espacios de decisión y producción de conocimiento. ¿Por qué persiste esta diferencia con los varones y cómo impacta en el desempeño femenino en ciencias?


¿Cuántas mujeres que investigan o enseñan en ciencia, ingeniería o matemáticas podemos nombrar? Seguramente implique pensar más que si se pregunta por varones en esos campos. La diferencia de género en la producción de conocimiento es explícita: en Argentina, el 27% de los cargos directivos en organismos científico-tecnológicos son ocupados por investigadoras. Aún cuando ellas son mayoría en la matrícula, su participación en universidades nacionales se reduce al observar los rectorados, de los que 1 de cada 10 están bajo su responsabilidad. ¿Qué sostiene a estos números en el siglo XXI?


En la teoría feminista, el concepto “género” explica que ciertos roles sociales se asocian a “lo femenino”, en base a diferencias biológicas y creencias sobre lo que “corresponde naturalmente”. Al asignarse tareas domésticas, las mujeres quedan fuera de la esfera pública y la toma de decisiones. Esta desigualdad tuvo consecuencias particulares cuando quisieron incursionar en la ciencia, dado que su participación ha atravesado procesos de ocultamiento e invisibilización.


La provincia de Buenos Aires no está exenta: investigadoras argentinas que estudiaron las brechas de género en Ciencia y Tecnología (CyT) en el territorio atribuyen el problema a raíces culturales y epistemológicas.




Un efecto traído desde el pasado

La autora, activista y profesora estadounidense Matilda Joslyn Gage fue una de las pioneras en recuperar la labor femenina en la ciencia. En su ensayo de 1870 “La mujer como inventora”, cuestiona la educación científica “escandalosamente descuidada” y destaca inventos de mujeres de su época como modificaciones en la máquina de coser y el telescopio submarino. Con ese texto la historiadora Margaret Rossiter luego acuña el término “efecto Matilda” para referirse al prejuicio que desconoce los logros de las científicas y a menudo se los atribuye a sus colegas masculinos.


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En distintos contextos históricos, aquellas que quisieron dedicarse a la ciencia enfrentaron la resistencia de instituciones y estereotipos. En Argentina, Élida Passo litigó judicialmente para ser admitida en Medicina, mientras que a Cecilia Grierson, primera médica del país, no se le permitió dar clases en la universidad. A nivel internacional, Marie Curie vio cuestionado su premio Nobel de Física por motivos ajenos a su trabajo: su correspondencia con un colega casado.


Dentro de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TICs), la matemática Ada Lovelace es considerada una precursora en informática, si bien es poco identificada para el público general. Más cerca en el tiempo, Katherine Bouman, ingeniera participante de la primera fotografía de agujeros negros, debió aclarar que detrás de su imagen viral había un “esfuerzo mancomunado”.





Los límites entre el techo y el piso

Un trabajo de las investigadoras Diana Suárez (UNGS), Florencia Fiorentin (UNGS) y Nora Goren (UBA), que analiza universidades públicas bonaerenses, distingue dos tipos de sesgos de género en CyT.


Por un lado, los “inconscientes”, sostenidos por un modo de organización social que desincentiva a las mujeres a formarse en estas áreas. Ubican en este grupo la noción de “piso pegajoso”, que explica que se les enseña a las niñas visualizarse en tareas como la docencia o el cuidado, y por lo tanto incapaces de realizar otras actividades o diversificar sus tareas. Desde la infancia, los juguetes clásicos llevan a modelos de oficios “femeninos”, como muñecas o doctoras, lejos de los camiones.


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Por otro lado, existen los sesgos “explícitos”, discriminaciones concretas como la falta de contratación o la poca valoración o promoción laboral de mujeres. Acá se edifica el “techo de cristal”, con barreras o menores oportunidades para científicas en puestos de liderazgo. Esto genera que ellas estén “subrepresentadas en la cima”, es decir, en la dirección de equipos y proyectos y en la formación de recursos humanos.



Brecha por aquí, brecha por allá

Para profundizar qué materializa esta baja representación de mujeres en CyT, Suárez, Fiorentin y Goren ahondan en su artículo dos tipos de brechas.


A nivel horizontal, muestran diferencias en la participación de mujeres por disciplina. En macro-áreas como ciencias sociales, exactas y naturales, ciencias biológicas y salud, y ciencias agrarias e ingeniería, casi se alcanza la paridad con los varones en la dirección de proyectos. En cambio, aparece mayor sesgo en las disciplinas nano, bio y TICs, donde las mujeres llevan adelante el 43% de las investigaciones.


Hombres: Violeta - Mujeres: Naranja
Hombres: Violeta - Mujeres: Naranja

En cuanto a jerarquías, las investigadoras marcan la brecha según el rol o tarea. Si el director es hombre, las mujeres codirigen el 17% de los proyectos y representan el 40% del equipo. Si la dirección es femenina, la codirección de ellas aumenta a casi 7 de cada 10 proyectos, así como alcanzan a formar el 58% de los integrantes.


Porcentaje de mujeres codirectoras según sexo del Director.
Porcentaje de mujeres codirectoras según sexo del Director.

“La escritura de un artículo, la dirección de equipos y de los resultados la hacen más los hombres”, puntualiza Fiorentin. La investigadora de la UNGS señala que las científicas dedican más tiempo al llamado ‘trabajo doméstico universitario’: “Organizar reuniones, vincularnos con instituciones y estudiantes, dedicar más a las clases, que son tareas menos valoradas”.


Así se conforma una “retroalimentación negativa”: al dedicar menos tiempo a la publicación, las mujeres publican menos, tienen menos aceptación en revistas, son menos invitadas a eventos académicos, reciben menos premios. “Todas manifestaciones del efecto Matilda que llevan, en definitiva, a que dirijamos menos equipos en el agregado”, concluye la especialista en economía de la innovación.


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Binarismo jerárquico aplicado

Preguntada por la masculinización en CyT, Florentin problematiza el método científico: “Se basa en el binarismo jerárquico, como la sociedad patriarcal, en el que lo masculino está siempre por encima de lo femenino”.


Dicho método relaciona lo “fuerte” con lo “masculinizado”, destacando enfoques cuantitativos por asociarlos a las “ciencias duras” (naturales y físicas). En contraste, lo cualitativo es visto como “débil” porque supone un diálogo con el objeto de estudio que se atribuye a las “ciencias blandas” (sociales), vinculadas a lo “femenino”.


“Todas las brechas que son más del sistema productivo, que hacen que las mujeres tengamos menos participación y menos cargos importantes, sumadas a un método no neutral, que está masculinizado, lleva a generar conocimiento masculinizado”, sintetiza la economista.


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Políticas para resolver la cuenta

Entonces, ¿cómo eliminar los obstáculos que tuvieron Grierson, Passo y Curie, y generar mayor reconocimiento que el de Lovelace y Bouman?


Para Fiorentin, en cualquier política pública de fomento en CyT, “reconocer los sesgos que ya existen en el sistema tiene que ser el punto de partida”. Es decir, no sería necesario que todas las medidas se dirijan a cerrar las brechas, pero al menos que las identifiquen y no las reproduzcan. Como segundo punto, las investigadoras plantean la necesidad de generar actividades y capacitaciones de sensibilización que muestren el impacto de la ciencia en términos de género sesgados.


“¿De cuántas cosas nos perdimos porque somos y siempre fueron menos mujeres en estas disciplinas?”, se pregunta la economista. La respuesta implica un proceso de deconstrucción, seguramente incómodo, con lo aprendido.

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